conversaciones con Benny Levy
La polémica del último Sartre
A comienzos de 1980, el filósofo dio a conocer su último trabajo, “La esperanza ahora”, un libro que recogía las conversaciones que había mantenido con Benny Lévy. El círculo sartreano y la propia Simone de Beauvoir pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de la decisión, que venía a revisar una obra que muchos consideraban concluida.
Por agustin d’ambrosio
A comienzos de 1980, Jean-Paul Sartre da a conocer su último trabajo. El texto escandaliza a la vieja guardia sartreana reunida en el comité de redacción de Les Temps Modernes, que intentará impedir que el semanario Le Nouvel Observateur publique esta herejía que el viejo Sartre quiere cometer contra sí mismo. Fuera de sí, Simone de Beauvoir discute con él. “Nunca, con anterioridad –contaba Arlette Elkaïm, hija adoptiva de Sartre–, me había hablado de tensiones con el Castor; después de esta crisis, por primera vez, me dijo que no la entendía; que al leer aquellas páginas se había puesto furiosa, que había llorado, que había tirado el texto contra el suelo, que él había querido razonar. ‘Pero Castor, hablemos de ello’, le había dicho. Pero ella no había querido ni podido hablar sobre el asunto.” Las páginas en cuestión reproducían las conversaciones que Sartre sostuvo con Benny Lévy, su secretario, publicadas en castellano bajo el título La esperanza ahora por la editorial española Arena. ¿Habrá que volver a arrojar el libro? Antes de eso, tal vez convenga retroceder al origen de este proyecto, a comienzos de los años 70.
Sartre contra Sartre. En el otoño europeo de 1973, Sartre ya no puede ver. Tras la amargura inicial, luego de asumir el hecho de su ceguera, rehusará resignarse frente a la disminución física que le impide trabajar. Pero, para continuar, requerirá de la ayuda de otra persona, alguien que lea para él y con quien pueda conversar. Pierre Victor (pseudónimo de Benny Lévy), dirigente maoísta y estudiante de Filosofía, se convertirá en interlocutor privilegiado del último Sartre cuando el autor de El ser y la nada lo contrate como su secretario. Sartre y Victor-Lévy se habían conocido en una cena en 1970. Aquel primer encuentro tenía un objetivo político puntual. El director de La Cause du Peuple, periódico de la organización maoísta Gauche Prolétarienne (de la cual Victor era militante), había sido detenido por ejercer esta función, y lo mismo ocurriría con su sucesor. Para que el periódico siguiera existiendo, los “maos” debían encontrar a alguien que estuviera dispuesto a hacerse cargo de su dirección y a quien las autoridades no pudieran tocar por miedo a las repercusiones. El puesto es ofrecido a Sartre, quien acepta. Tras el reflujo de los movimientos surgidos de los acontecimientos de mayo del ’68 y la disminución en las capacidades físicas del autor de la Crítica de la razón dialéctica, el joven militante y el viejo filósofo se ven ejerciendo el modo clásico del trabajo conceptual: el diálogo.
El conflicto con la “familia” sartreana estuvo directamente vinculado a esta nueva situación personal del autor de La náusea. En la biografía que Annie Cohen-Solal dedicó a Sartre se resume esta bifurcación del siguiente modo: “La presencia cada vez más patente de Victor en la vida de Sartre tomó progresivamente la forma de una escisión pasado/futuro, de un conflicto Les Temps Modernes/postmaoísmo, de una relación de fuerzas del Sartre años cuarenta-sesenta contra el Sartre años setenta-ochenta. Esto ocurría entre Sartre y Sartre, una ruptura entre sus años de gloria y los años de vejez”. El asunto acabaría mal. De Beauvoir llegará a hablar del “lado Vishinsky” de Lévy, en referencia al fiscal de los juicios de Moscú, quien hacía que los viejos bolcheviques testificaran en contra de sí mismos. Pero era Lévy, que con su paciente labor había permitido que Sartre intentara seguir pensando, quien soportaba las acusaciones. Y no sólo él, un “tribunal sartreano” se instituía contra el propio Sartre. Indudablemente, debe haber molestado que una obra que se consideraba concluida viniera a ser revisada por su autor. Pero lo que se juzgaba era la elección de Sartre de seguir siendo Sartre, de seguir pensando contra sí mismo.
El principio esperanza. En El ser y la nada (1943), Sartre sostenía que cada hombre es “proyecto permanente de fundarse a sí mismo en tanto que ser y fracaso permanente de ese proyecto”. Se trata del continuo fracaso de cada hombre en alcanzar un fin absoluto que no puede dejar de ponerse: ser causa de sí. En la conferencia “El existencialismo es un humanismo” (1945), Sartre proponía “obrar sin esperanza”. El punto es retomado en las conversaciones del 80. “J.P.S.: [..] la esperanza se vincula a este fin absoluto, como por lo demás el fracaso, en el sentido de que el verdadero fracaso se refiere a este fin. B.L.: ¿Y ese fracaso es inevitable? J.P.S.: Aquí llegamos a una contradicción de la que no he salido todavía, pero de la que pienso que voy a salir a través de estas conversaciones. Por una parte, conservo la idea de que la vida de un hombre se manifiesta como un fracaso; lo que ha intentado no lo logra [...] por el otro lado, a partir de 1945, he pensado cada vez más –y actualmente estoy convencido– que la característica esencial de la acción emprendida [...] es la esperanza. Y la esperanza significa que no puedo emprender una acción sin contar con que voy a realizarla.” Al hacer este replanteo, Sartre ha modificado la concepción del fin. Ya no es ser causa de sí, sino que se trata de la creación de un mundo enteramente humano en el cual los individuos tengan relaciones morales entre sí.
La búsqueda de este final moral para la humanidad podía encontrarse en el trasfondo del debate sartreano con (y en) el marxismo. Pero en este último tramo su planteo empalma con el recorrido intelectual de Lévy, cada vez más interesado en el pensamiento hebraico. Sartre se muestra receptivo frente a ciertos motivos de esta tradición, refuncionalizándolos en una matriz socialista. “J.P.S.: La religión judía implica un fin de este mundo y la aparición en el mismo momento de otro mundo, otro mundo que estará hecho de éste, pero donde las cosas estarán dispuestas de otro modo. Hay otro tema que también me gusta: los muertos judíos y otros, además, resucitarán, volverán sobre la tierra [...] renacerán como vivos en ese mundo nuevo. Ese mundo nuevo es el final. [...] B.L.: Se ve bien cómo has podido ser sensible a la idea del final de la prehistoria humana que has encontrado en Marx; tal final podía dar consistencia a tu pensamiento del proyecto individual. Pero ¿en qué este final mesiánico judío puede interesarte en la actualidad? J.P.S.: Precisamente porque no tiene el aspecto marxista, es decir, el aspecto de un final definido a partir de la situación presente y proyectado en el provenir, con estadios que permitirían alcanzarlo desarrollando ciertos hechos de hoy en día.”
Es llamativa la semejanza con las Tesis sobre el concepto de historia, de Walter Benjamin, en quien el recurso a la teología judía se alojaba en el interior del marxismo como correctivo del evolucionismo histórico de sus apropiaciones ortodoxas. Sin embargo, Sartre parece no tener conciencia que desarrollos similares a los que él comienza a explorar habían sido planteados anteriormente por otros autores, privándose de un diálogo con ellos.
En el final, Sartre rechaza la tentación de la desesperación. “Hay que intentar explicar por qué el mundo de ahora, que es horrible, es sólo un momento en el largo desarrollo histórico, que la esperanza ha sido siempre una de las fuerzas dominantes de las revoluciones y de las insurrecciones.”
Este proyecto sartreano se verá interrumpido en el punto de su enunciación, Sartre es internado en la clínica de Broussais poco después de pronunciar estas palabras. Muere allí, el 15 de abril de 1980. Una multitud marcha acompañando su ataúd hasta el cementerio. Se dijo entonces y se ve hoy aún más claro: se trata de la última manifestación de mayo del ’68.
Respostas