De Eretz Israel Hashlemá a Shalom Ajshav Autor: Hilel Resnizky

De Eretz Israel Hashlemá a Shalom Ajshav Autor: Hilel Resnizky Jonás es uno de los doce profetas menores, el más conocido es Amos. El libro de Jonás contiene solamente cuatro capítulos en dos páginas de papel Biblia, pero desde el punto de vista ideológico, es apasionante. De acuerdo a lo dicho, en el libro de Jonás sabemos muy poco acerca del profeta antes de sumisión a Nínive. Gracias a Dios y a los compiladores de la Biblia encontramos datos acerca de Jonás en otro pasaje del Libro. El segundo libro de Reyes, capítulo 14, versículos 21 a 25, nos cuenta acerca del rey de Israel, Jeroboam Segundo. Es importante resaltar que en esa época, la Tierra de Israel estaba dividida en dos reinos: Israel al norte y Yehuda al sur, el límite estaba unos l5 kilómetros al norte de Jerusalén. En la época de Jeroboam Segundo había buenas relaciones entre ambos Estados. Jeroboam llevó a cabo una política de conquista hacia el norte y en Transjordania, hacia el sur, de modo que el cronista del libro Segundo de Reyes, podía definir sus límites entre Levo Hamat, ciento ochenta kilómetros al norte de Damasco, y el Mar Muerto. Jeroboam Segundo fue regente tres años todavía en vida de su padre, Jonás, de modo que gobernó a Israel por más de cuarenta años. Los límites de su reino, como los describe el cronista de Reyes, le dan dimensiones que Israel tuvo sólo en la época de David y Salomón. A todas luces (y a todas sombras, como se verá) un éxito militar y político, que le valdría un buen recuerdo, pero como el cronista piensa en conceptos de historia sagrada (las relaciones entre Dios y el Hombre), se contenta con decir: “Los demás hechos de Jeroboam y todo lo que hizo, y su valentía y todas las guerras que hizo, y como restituyó el dominio de Israel a Damasco y Hamat, que habían pertenecido a Judá, no esta escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel” (Jeroboam Segundo actuó entre los años 789 y 748 a.C.). ¿Y Jonás? Jonás, hijo de Amitai, profeta que fue de Gat Jefer, es el que profetizó, conforme a la palabra de Jehová, la restauración de los límites. Hoy lo llamaríamos un profeta nacional, mejor aún, nacionalista, porque las fronteras que anunció eran tal vez tradición, pero no realidad. Los doce espías que había enviado Moisés desde el desierto de Paran llegaron hasta Levo Hamat, según lo cuenta Números 13, 21. Un poco más tarde, cuando Moisés describe los límites futuros de Israel incluye entre ellos a Levo Hamat (Números 34, 8). Levo Hamat como límite norte de Israel, había sido realidad en tiempos de David y Salomón. Fue primero aspiración de Jonás, hijo de Amitai y luego realidad en tiempos de Jeroboam Segundo. No he tenido oportunidad de conversar con Jonás, pero es bastante claro que apoyaba las aspiraciones expansionistas de Jeroboam. Posiblemente el dominio de Hamat haya sido de corto plazo, pero ayudó a consolidar el Gobierno israelita en Transjordania. En la época del Segundo Templo, varios siglos más tarde había judíos en esa zona. Paralelamente a los éxitos territoriales, Jeroboam llevó a cabo una política de expansión económica con su consiguiente polarización social. Amos, un profeta de la época, hace la consiguiente critica: “Oíd esto los que explotáis a los menesterosos y arruináis a los pobres de la tierra, diciendo cuando pasará el mes y venderemos el trigo… para comprar los pobres por dinero y los necesitados por un par de zapatos” (Amos 8, versículos 4-6). El establishment del Reino de Israel reacciona y el sacerdote de Bet El, Amasias, conmina al profeta a abandonar el Reino de Israel: “Joze, lej braj” (Vidente, vete y huye). Pero sin éxito. Amos siguió siendo rebelde. Si Dios quiere, volveremos a Amos, pero los versículos bastan para demostrar que había un vasto campo de acción para un profeta social o aun socialista. Pero hasta el libro de Jonás no sabemos de su acción social. Es como dijimos, un profeta nacionalista con una visión y una versión propia, en base a algunos textos de los límites deseados de Israel. Jonás, de Gat Jefer, tiene una visión clara de Eretz Israel Hashlemá. La definición más frecuente de los limites es “Desde Dan hasta Beeer Sheva” (cinco veces en los dos Libros de Samuel). Es más una descripción de la realidad demográfica, por ejemplo los límites del censo que hace el rey David (Segundo Libro de Samuel, capítulo 24, versículo 2), que una aspiración. En la época de Jonás, la realidad demográfica y política ha cambiado. El reino de Yehuda ha llegado a Eilat, de modo que si el reino del norte llega en su extremo sur al Mar Muerto, entre los dos se extienden, de norte asur, cerca de 650 kilómetros, lo que es bastante en esta zona. (Israel de hoy se extiende a un poco más de 400 kilómetros). El dominio de las rutas entre Levo Hamat y Eilat les da a ambos reinos importancia estratégica y comercial. Encontramos luego al profeta en el libro de Jonás. No sabemos exactamente hasta donde llegaba la visión del futuro del profeta. Tal vez le hayan bastado un par de charlas con viajeros para entender que el Reino de Asiria, cuya debilidad temporaria había permitido la expansión del Reino de Israel, se estaba restableciendo. Tal vez supiese, como profeta, que algunos decenios más tarde, en el 721 a.C., Asiria destruiría al Reino de Israel ya su capital. Cuando Dios le pide que salga a Nínive, la capital de Asiria, y pregone su destrucción, Jonás lo desobedece, llega hasta Iafo y se embarca en dirección a Tarsis. No se sabe exactamente cual era el lugar, pero la mayoría supone que era Tarsos, en la costa sur de lo que es hoy Turquía, en dirección bastante opuesta a Nínive. No lo habrá pensado hasta el fin, porque Dios levantó una tormenta que puso en peligro a la nave. En esa época la mayoría de las naves estaban tripuladas por griegos o fenicios. Como era un extraño, ajeno, podían atribuirle la responsabilidad. Dentro de todo era un “oved zar”, un obrero proveniente del extranjero. Pero, sin xenofobia, decidieron echar suertes. Cuando el sorteo que hicieron demostró que Jonás era el responsable y le preguntaron su origen, Jonás respondió: “Ivri Anoji” (Hebreo soy). Antepone el predicado al sujeto y le da vigor. La mayoría de los textos bíblicos, cuando vienen a definir a la etnia, prefieren “judío”, Jonás se auto define “hebreo”. Tal vez ese sea el nombre que les dan los gentiles (Génesis 39, versículos 14 y 17), tal vez un nombre común para los ciudadanos de ambos reinos: Yehuda e Israel. Un hebreo -confeso- entre gentiles. Una ocasión magnífica para el antisemitismo. Pero no, cuando le preguntan que hacer con él, la respuesta es clara: “Tomadme y echadme al mar y el mar se os aquietara” (1, 12). Los gentiles (griegos, fenicios, goim) no aceptan el autosacrificio y reman para volver el barco a tierra. Sólo cuando el mar se embravece más y más ruegan a Dios que no ponga sobre ellos sangre inocente (allí, l4) y arrojan a Jonás al mar. ¡No! ¡No! No se entristezcan, Jehová había preparado un pez grande(no una ballena), que se tragó a Jonás y lo mantuvo tres días. Alguien supondrá que la ballena es el elemento más legendario. Lo más interesante es la conducta de los marinos gentiles, que aman al prójimo y están dispuestos a arriesgar su vida y seguridad por un viajero hasta ayer desconocido y, por añadidura, judío! (¡¿hebreo ?!). No solo eso; ante la manifestación de Su poderío, los marinos ofrecen sacrificios a Jehová. Cuando, después que el pez lo vomitó en tierra, vino la palabra de Jehová por segunda vez y le ordena: “Ve a Nínive”, Jonás obedece. Cuantas veces uno esta dispuesto a pasar vacaciones en el vientre de una ballena (o pez grande). Jonás llega a Nínive y proclama “De aquí a 40 días, Nínive será destruida”. ¿Qué harían ustedes si un extran-jero apareciese en su ciudad y predijese su destrucción? Se acuerdan de Amos y Amasias. La conducta de Amasias es la acostumbrada ante actitudes de extranjeros sediciosos (¡anarquistas!). Joze, lej braj (Vidente, ve y huye). No siempre. En Israel hay una tradición democrática. Hay quien los manda a Siberia (a entrevistar a los lobos y predicar democracia). En Nínive ya están todos maduros para el arrepentimiento. Lo único que les hace falta es un profeta esclarecido. Nada de explotación, nada de colonialismo. En las nuevas fronteras del imperialismo, hacen ayuno y visten de saco, no saco y corbata como para entrar al cine, sino como vestidura de tejido burdo, áspero al tacto. Con lo cual consiguen, bastante fácilmente, el perdón divino. Jonás podría haberse alegrado. ¿Que profeta, que periodista tiene un éxito tan claro en su prédica? No Jonás, que se apesadumbró y pide la muerte. El sabía, todavía en Gat Jefer,que Dios es misericordioso (capitulo 4, versículo 2). Nos es difícil entender la pesadumbre de Jonás. Si no se cumple la profecía ¿queda desprestigiado en su profesión? O se desprestigia la palabra divina. ¿Tal vez sepa ya el papel que desempeñará Asiria al poco tiempo, en la destrucción del Reino de Israel? Jonás se queda a las afueras de Nínive y disfruta de la sombra de un arbusto de ricino que Dios hizo crecer en un día. Cuando Dios envía un gusano que ataca el ricino, y luego un viento seco, Jonás desfallece y por segunda vez prefiere la muerte. Lo que permite la respuesta contundente de Dios: “Tuviste tú lástima por el ricino,… ¿no tendré yo piedad de Nínive, donde hay más de 120.000 personas que no saben discernir entre su izquierda y su derecha?” (4, versículos 10, 11). Los seres humanos son dignos de la piedad divina y su ignorancia los hace todavía más dignos de piedad. Es evidente que se trata de una leyenda. No solamente por el “pez grande” (la ballena). No hay ningún documento en los anales de Nínive que pueda relacionarse con su milagroso arrepentimiento. La pregunta no es la historicidad de Jonás, profeta que al parecer existió, sino la historicidad del libro de Jonás. Por algunas palabras del texto hebreo, por ejemplo “sfiná” (nave) se lo supone tardío. La imagen de Nínive parece más de leyenda que de historia. Es la capital mítica del pecado, que se re-dime por el arrepentimiento. Quien escribió el libro no intentó contar una historia, sino exponer una idea. Hay quien piensa en el valor del arrepentimiento. En la sinagoga leen el libro de Jonás en la oración Minja de Iom Kipur. Tal vez. Pero esa tesis, por sí sola, no explica la imagen altamente positiva de los gentiles, tal cual aparecen. Los marinos fenicios, griegos hacen todo lo posible y lo imposible para ahorrar la vida de Jonás y no arrojarlo al mar. Los habitantes de Nínive se arrepienten, como si el arrepentimiento fuera un producto instantáneo, como el Nescafé. En la época del retorno a Sión hay un breve período de intolerancia, textuado en los libros de Esdras y Nehemías. En el capitulo 13 de Nehemías se dice: “separaron de Israel a todos los mezclados con extranjeros”, basándose en la prohibición de admitir amonitas y moabitas en la congregación de Israel (Deuteronomio 23, 3). En el cumplimiento de la prohibición hay una dificultad. El rey David, y por consiguiente el Mesías son descendientes de Rut la Moabita y de Boaz. Hay quien responde que se prohíbe el matrimonio con “moabitos” y no con moabitas. (No es un chiste, es una exégesis). En ese contexto, el libro de Jonás presenta a los gentiles como dignos de admisión, es decir, ante una tesis de intolerancia étnica, el libro de Jonás presenta una tesis tolerante y humanista. ¡Universalista! Los cosacos de Dios, los que se olvidan siempre de “Amaras a tu prójimo”, ¿lo habrán leído?

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