El fantasma del antisemitismo recorre el mundo

 

Un fantasma recorre el mundo y no es casualmente el fantasma del que nos hablaban Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista y que recorría Europa con el fin de construir una nueva sociedad sin explotadores ni explotados, sino que es otro, que promueve el prejuicio, la hostilidad, el odio, la discriminación contra un grupo de individuos en particular. Es el fantasma del antisemitismo.
Si el fantasma a que hacían alusión los creadores del marxismo era promovido por el Papa, los radicales franceses, los polizontes alemanes y los doctrinarios, el fantasma del antisemitismo es incitado por los fundamentalistas ideológicos.
El antisemitismo puede exteriorizarse de diferentes maneras y la Historia nos ofrece ejemplos abundantes. Sólo para recordar: en la edad antigua, cuatro siglos de esclavitud; la profanación de los templos judíos y la prohibición de las prácticas religiosas como la circuncisión, la observancia del shabat, el estudio de los libros religiosos; la destrucción del Primer Templo, por los babilonios, en el año 586 a.C y del Segundo Templo, por los romanos, en el 70 d.C; en la edad media: la Primera (1096) y la Segunda (1147) Cruzadas; la expulsión de los judíos de Inglaterra en 1290; a inicios de la edad moderna, la expulsión de los judíos de España (la Inquisición) en 1492 y de Portugal, en 1497; la masacre de miles de judíos en el siglo XVII, por parte de los cosacos, en las zonas oriental y meridional de Ucrania, los diferentes pogromos; la prohibición de ejercer todo tipo de profesión y, en la edad contemporánea, quizás el más infame y vil en su especie: el Holocausto (palabra de origen griego que significa “sacrificio por fuego”), que fue la persecución sistemática, burocrática, patrocinada por el sistema político-ideológico del Estado nacional-socialista alemán, donde fueron asesinados seis millones de judíos.
Algunos podrán decir que etimológicamente el antisemitismo no es solo contra los judíos, sino contra todos los pueblos semitas. Empero, este término tomó forma, comenzó a utilizarse y logró su difusión en la Alemania del siglo XIX cuando sustituyó al vocablo judenhass (“judío-odio”). Desde entonces, ese ha sido el uso que le hemos dado.
Tal es el odio a los judíos, que los apologistas del anti comunismo los “acusaron” (y acusan) de haber organizado e impulsado la Revolución Socialista en Rusia, en 1917; y es cierto. No son pocas las figuras centrales de la revolución bolchevique con origen judío: Lenin, Trotsky, Kámenev, Zinoviev, Uritsky, Radek, Kaganovich, Sverdlov, Litvínov, Sokolnikov y Joffe, por mencionar algunos.
Estos “judíos bolcheviques”, que formaron la vieja guardia revolucionaria, fueron purgados y eliminados por Stalin; sumándose un argumento más al odio contra los judíos: el estalinismo.
Muchas son las definiciones que se han utilizado desde hace más de 4.000 años para precisar la naturaleza de ese grupo de individuos y procurar discriminarlos: hebreos, israelitas, judíos, israelíes y, últimamente, sionistas. En verdad, se puede ser hebreo sin ser israelita, judío o sionista; o ser judío, sin ser hebreo, israelí o sionista. Ni tampoco son sinónimos sionismo y judaísmo. Pero eso no les interesa a los antisemitas.
A estos últimos (llámense fundamentalistas, neo-nazistas, estalinistas, o como les venga en ganas) les interesa, hoy día y en primera instancia, la destrucción del Estado de Israel.
Un Estado que, en solo 60 años, ha logrado ofrecer a sus ciudadanos, no importa su origen ni convicción religiosa, una alternativa de vida con la calidad que se disfruta en los países desarrollados; donde se cuenta con un sistema educativo gratuito y abierto para todos; un sistema de Salud Nacional que asegura tratamiento médico para todos los sectores de la población; un ambiente cultural amplio y variado; un excelente sistema de Seguridad Social y, por último, un clima de seguridad que no permite verse alterado por las situaciones políticas adversas. Beneficios sociales que no pueden consentir los antisemitas.
Por eso, a todos ellos les decimos que por siempre habrá sol, por siempre habrá firmamento y por siempre habrá Estado de Israel.
José Antonio Ardila Acuña
Economista y docente universitario,
Paitilla, Panamá

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