El pueblo judío se puede dividir de muchas maneras, por las ramas que tenemos (Reformistas, ortodoxos, conservadores), por las regiones de donde cada grupo viene (Ashkenaz o Sefarad), por las costumbres que cada grupo y familia trajo de estas diferentes regiones, etc. Pero hay algo inherente en todo esto, nuestro lugar de procedencia y nuestra alianza con nuestro UNICO Di-s, el Di-s de Israel, de nuestros antepasados, de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Pero hay otra característica que todos tenemos en común, que todos en conjunto como pueblo tenemos, la dinámica, la instintiva forma de nuestro pueblo de poder adaptarnos a las circunstancias y a los diferentes cambios, expulsiones e invasiones que tuvimos a lo largo de la historia. Ya que a pesar de que pudimos adaptarnos, tuvimos la fuerza y el coraje de no asimilarnos y conservar nuestras costumbres y mandatos más básicos. Una característica que me atrevo a decir supera incluso a las leyes evolutivas del gran naturalista Charles Darwin.
Pero nuestro pueblo va más allá de una simple evolución natural, somos el pueblo elegido y somos dinámicos, el judaísmo está en constante cambio. No éramos los mismos en el “Génesis” que los mismos durante el “Éxodo” y tampoco somos los mismos ahora. Es por eso que los términos que utilizamos para autonombrarnos fueron cambiando a lo largo del tiempo. Hebreos, israelitas, judíos, fueron términos que a pesar de que hacen referencia todos a nuestro mismo pueblo muestran una fase distinta en nuestra historia. Desde Abraham, hasta Jacob, desde la esclavitud en Egipto, hasta los Reinos de Israel y el de Judá, la diáspora, y la edad media tanto como el renacimiento fueron tiempos que no solo determinaron el nombre de nuestro pueblo sino también nuestras costumbres, creencias y códigos de conducta, la moral y la ética se debatieron muchas veces y surgieron nuevas clases de pensamiento tan criticados como amados y muy controversiales como la cábala en la ciudad montañosa de Tzfat.
Desde hace 2000 años fuimos recorriendo el mundo, adaptando costumbres e imponiéndonos leyes diferentes en cada comunidad para poder mantener intacta nuestra identidad como judíos. Leyes que fueron variando y cambiando, depende el lugar y de los rabinos que lideraron dichas comarcas. Estábamos en terreno extranjero, extraño y hostil, debíamos cuidarnos.
A pesar de existir una ley halájica que figura en la Torá escrita de “No agregarás ni quitarás a mi ley (Deut. 13:1)”, muchos rabinos, en especial de los sectores más ortodoxos, se tomaron el atrevimiento y el coraje de imponer leyes para protegernos de los cambios turbulentos que estaban azotando a nuestro pueblo y al mundo. Como por ejemplo la “ley del vientre” para asegurarse del futro judío del niño por nacer si una mujer judía era lamentablemente violada. Una ley creada hace 2000 años ¿Qué objeto productivo tiene o podría tener ahora? Ninguno en estos tiempos, solo crea división y un elitista comportamiento sin sentido por parte de sectores que se rehúsan a avanzar.
¿Qué sentido tiene la mitzvá de ofrecer un sacrificio sin un templo? ¿Qué sentido tiene juzgar y destruir el futuro de un niño judío por no tener una madre judía, si ya no estamos bajo el potencial riesgo de violaciones en masas de un imperio opresor? ¿La ley del vientre en esta época puede tener alguna utilidad? Está claro que no y que solo genera un estancamiento en nuestra evolución tanto como pueblo y como individuos.
Pero muchas de estas leyes (que un su momento sirvieron y ayudaron en casos excepcionales) impuestas por rabinos fuera de toda jurisdicción halájica, ya que está prohibido instaurar o quitar nuevas leyes (Leyes que ayudaron a conservar nuestra integridad en tierras extranjeras como en la nuestra bajo el yugo romano) hoy en día nos está dividiendo y destruyendo. Leyes que antes nos ayudaron hoy en día quedaron obsoletas y nos destruyen desde adentro.
El famoso Gaón De Vilna mostraba ya características reformistas en sus enseñanzas y opiniones sobre nuestra integridad como pueblo defendiendo la autonomía de cada judío a la interpretación de las leyes.
Hace más de 2000 años cuando nuestro querido templo aún estaba erguido en la maravillosa y bendita ciudad de Jerusalén todos los judíos podíamos y debíamos cumplir con las 613 mitzvot. Pero cuando lamentablemente el templo fue destruido, a causa de la gran desunión que imperaba en nuestro pueblo y que hoy aun impera, más de la mitad de esos 613 preceptos fueron revocados. (Claro está que solo hasta el día en el que el templo vuelva a estar de pie).
Cosa que solo ocurrirá si decidimos dejar atrás el pasado las divisiones y unirnos nuevamente con respeto, sin insultos, sin agravios, sin soberbia ni prejuicios, cosas que lamentablemente hoy en día está ocurriendo.
El judaísmo va avanzando y cambiando acorde al tiempo que nos toca vivir. Cabe recordar que el judaísmo no es una religión (El término religión como tal fue acuñado en los inicios del catolicismo) El judaísmo es un pueblo, con tradiciones, valores, costumbres y creencias y un territorio.
El judaísmo no es un club vip, no es una absurda cuestión racial de sangre, no es un estado o nación con jurisdicciones al que se entra con un pasaporte o con el permiso de unos pocos rabinos. Pensar y creer eso es tan absurdo, discriminatorio, intolerante e ignorante que me apena y enfurece la falta de valores, de conocimiento y humildad del verdadero judaísmo de las personas que así lo creen y que así lo aplican. Estos no son más que comportamientos y costumbres retrógradas que distorsionan y estancan nuestro constante crecimiento.
El judaísmo es tanto patrilineal como matrilineal
Y con las tradiciones orales hay que tener un enorme cuidado, ya que después de 5777 años no podemos pretender que hay temas muy importantes y delicados que no se hayan distorsionado conforme a quien las relataba y enseñaba.
Cada uno acorde a su rama tiene el absoluto derecho inherente de elegir seguir las tradiciones, costumbres, leyes y normas tanto orales como escritas. Pero no podemos ni tenemos el derecho sin importar quien sea (Rabino o no, ortodoxo, reformista o conservador), ya que es una gran falta de respeto y una gran muestra de desprecio y desunión obligar o someter a otro judío a las tradiciones en las que él no fue criado. Cada judío tiene el pleno derecho de implementar completa autonomía a la interpretación de la halajá siempre y cuando estas interpretaciones no interfieran a su vez con el cambio y crecimiento de otro judío así también como de nuestro pueblo entero.
Podemos estar o no de acuerdo entre nosotros, sobre las costumbres que cada uno trajo desde las tierras en las que nos vimos obligados a establecernos, pero no podemos negarnos como pueblo, como un pueblo cambiante. Y fueron estos mismos cambios los que ayudaron irónicamente a que no cambiemos nuestra esencia, a que no nos asimiláramos.
Seamos de la rama que seamos, vengamos de la tierra que vengamos, hablemos ladino o ídish no podemos como judíos atacarnos. Podemos debatir, discutir, no estar de acuerdo con nuestro hermano pero somos justamente eso, una gran familia. Yo dudo que hoy en día no haya un solo judío que no esté emparentado con otro, y también dudo que no tengamos un poco de sangre gentil dentro de nosotros.
La Torá no está solo para ser leída, está pera ser discutida, para ser debatida. La Torá es mucho más que la historia de nuestro pueblo, es nuestra esencia. Somos un pueblo cambiante, dinámico.
Y como somos un pueblo históricamente sabio no se puede omitir que los constantes debates que llevamos a cabo son para cambiar y mejorar, ya que como se dice “Los celos entre los sabios llevan a una mayor sabiduría” (Baba Batra 21a). Lo que esta frase nos quiere decir es que hay que estar en constante cambio para auto descubrirnos.
La Torá se comienza a leer a principios de nuestro año, en el mes de Tishrei. Lo dividimos en parashiot, en porciones para que nos sea más fácil ver y aprender de cada acontecimiento surgido, y al finalizar el año y terminar la Torá lo volvemos a releer. ¿Porque hacemos esto? Porque siempre hay algo nuevo que aprender, no todo lo que se podía aprender de la Torá fue dicho. Todos los años, todas las décadas, todos los siglos, en cada parashá, en cada porción de Torá hay algo nuevo, nuevas enseñanzas y costumbres que tenemos para aprender. Por eso los cinco libros de la Torá son rollos, porque al cerrarlo se tiene y debe que volver a abrir.
El judaísmo siempre tiene nuevas cosas que aprender, y cosas que cambiar o mejorar, creer que estamos es un estado de perfección constante y creer que todo lo leído o dicho ya fue aprendido es la mayor imperfección que como pueblo podemos tener solo después de la desunión que impera en estos tiempos.
Es por eso que en mi humilde opinión el judaísmo vive en una constante dinámica, el judaísmo es en su más puro estado un pueblo reformista. Y se quiera o no vivimos en constante cambio.
Yo respeto con una enorme admiración la sabiduría de todas las ramas ya que creo que hay gran sabiduría en todas.
Se nos enseña desde niños que somos “Una luz para las naciones” y es cierto, hemos cambiado y moldeado las bases de la civilización tanto occidental como gran parte de la oriental. Pero si vamos a ser una luz para las naciones tenemos que empezar por iluminarnos a nosotros mismos.
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