¿Hacia una teo-democracia en Israel? Joseph Hodara -

Tres episodios recientes levantan interrogantes en torno al perfil del sistema político israelí y sus tendencias. El primero alude a la renovada exigencia por parte de una fracción política dirigida a prohibir los partidos de fútbol en los días sábado; aspiración que agrupaciones religiosas emitieron en el pasado sin éxito pero que, en los tiempos presentes a raíz de la mutación de fuerzas políticas en el gobierno, retoma vigor.

La siguiente alude al ambiente y a la índole de los símbolos que festejaron la jornada matrimonial de una familia que reside en los territorios colonizados; tuvieron una estridente tonalidad teológica más que personal o política. El entusiasmo que colmó a los participantes en la ceremonia fue encendido por ritmos y canciones que aludieron a textos religiosos que fueron mal acompañados por gritos y armas glorificando el acto criminal en Duma. Por justificadas razones, el film mereció el repudio de altos representantes del gobierno y parte de la opinión pública.
Por último, hace pocos días se conformó otra singular escena: el acto de juramento del nuevo representante del Likud en la Knéset fue ignorado por los miembros de partidos religiosos debido a su declarada preferencia sexual. Actitud que habrán de mantener, según declararon, en todas las deliberaciones futuras en las que este diputado habrá de tomar parte.
Para evaluar estos episodios hay que insertarlos en justa perspectiva. Se trata de hechos que no son ni fortuitos ni aislados. Considero que se originan en algunas ambivalencias que se remontan a la historia del sionismo y a la gestación de Israel. Pertinente recordar que ninguno de los precursores del credo sionista – Hess, Pinsker, Ajad Haam y, sobre todo, Herzl – imaginó que el anhelado Estado asumiría un apreciable sello teológico. Por el contrario, todos ellos internalizaron los preceptos de la Ilustración humanista que prescribía un severo divorcio entre gobierno y religión. Recuérdese que el libro que hilvanó el paradigma sionista se título El Estado de los Judíos, y cuando Herzl imaginó escenas públicas que tendrían lugar en el futuro país concedió a los rabinos un papel secundario al lado de burócratas judíos y ciudadanos árabes.
Al formularse en mayo 1948 la soberanía estatal de Israel se convino un necesario compromiso: el nombre de Dios no aparecerá explícitamente en la Declaración de Independencia sino una metáfora sujeta a múltiples interpretaciones. Acertada decisión que, sin embargo, fue desvirtuada poco más tarde cuando se resolvió eximir del servicio militar obligatorio a un contado número de estudiosos de los textos bíblicos; decisión que hoy favorece a decenas de miles de ciudadanos, incluyendo a aquellos que repudian la legimitidad del Estado y, sin embargo, se les permite promover esta actitud a través del voto. Y como si tal postura no fuera suficientemente autodestructiva, el Estado reconoce en los hechos una versión de la religión judía – la ortodoxa – ignorando otras posturas de superior importancia y presencia entre los israelíes y los judíos diaspóricos.
La penetración de las orientaciones teológicas colma desde entonces todas las esferas públicas

y personales: jóvenes religiosas son eximidas de las obligaciones militares; el sábado como día de descanso; el control rabínico de las principales vivencias del ciudadano que van desde la cuna a la muerte; la obligada dieta kasher en muchas instituciones públicas; el monopolio de los tribunales rabínicos - de filiación ortodoxa – en la toma de decisiones en casamientos y divorcios, para dar ejemplos.
Estas tendencias y hechos son alentados en los últimos años por fracciones políticas que se insertan en la derecha neoliberal, sustancialmente alejado del liberalismo como doctrina. Así, el triángulo compuesto por Dios-Pueblo-Tierra de Israel se filtra y manifiesta no sólo en la retórica política; penetra también en el sistema educativo y en múltiples actividades públicas, desde los comentarios censuradores (y apuñalamientos) a los desfiles de gays hasta represiones de manifestaciones culturales que parecen deslegitimar y oponerse al teo-nacionalismo en boga. De aquí que no es accidente el impulso oficial que se ha dado en los últimos tiempos a un nuevo canal de televisión y a múltiples estaciones radiales que multiplican los mensajes y resonancias de este excluyente nacionalismo teológico.
Si estas tendencias continúan y se robustecen, ¿cuáles serán sus implicaciones?
En primer lugar, la calidad de la democracia israelí se verá perversamente afectada. Un sistema político y de convivencia social que se fundamenta en la libertad ciudadana mal puede convivir con entidades metafísicas que se suponen e imponen como fuentes de la ley y de la autoridad. Disloca sin remedio el sistema de división de poderes que es el sustento de la democracia. En este contexto, cabe anticipar que normas y leyes continuarán siendo promulgadas con el propósito de controlar y reducir el margen de las opciones ciudadanas, para ajustarlas al espíritu y a los mandatos del fundamentalismo nacional-teológico.
Segundo, la capacidad del liderazgo nacional para interpretar y lidiar con amenazas externas se verá apreciablemente reducida; la lucidez diplomática y la capacidad tecnológica- condiciones del progreso y de la sobrevivencia nacional del país – se verán restringidas bajo el influjo de consideraciones opuestas a normas lúcidas y racionales. En estas circunstancias, Israel se inclinará sin impedimentos a aproximarse a un discurso público cercano y equivalente al que hoy vocean agrupaciones fundamentalistas musulmanas.
En fin, estas inclinaciones teo-nacionalistas, por la intensidad y por las exclusiones que alienta, abrirá hondas brechas entre Israel y la diáspora judía – incluyendo a los israelíes que en número ascendente la habitan. Recuérdese de que se trata de un espacio vital y público que ha internalizado y cultiva los preceptos del humanismo occidental y libertario; no le es ni será fácil o conveniente identificarse con un país que se inclina a desvirtuarlo.
El que escribe confiesa que su aspiración más alta al dilucidar este tema es recibir pruebas que vive en el error y que mal interpreta la sucesión de hechos y decisiones que estarían conduciendo a Israel a prácticas políticas inspiradas por exaltados principios teológicos; y, además, que la existencia y la legitimidad del país encaran hoy amenazas más regionales que internas. Espera con impaciencia las buenas luces de los lectores.

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