Carlos Díaz
He traducido este diálogo por su enorme interés:
«Nachman: Cuando queremos apresar principios fundamentales de su pensamiento tales como ‘conversación pura’, ‘relación recíproca’, o ‘diálogo’, tropezamos con la cuestión candente de cómo sea posible construir una relación pura entre seres humanos que viven y crean comunitariamente, de modo que sin embargo la peculiaridad de cada cual quede respetada y no desaparezca en el interior del grupo.
Buber: Yo no hablo de cercanía, sino de relación. Existe entre ambas una sencilla, pero muy importante diferencia. De ninguna manera la simple pertenencia a un grupo significa ya una relación esencial de los miembros entre sí. Toda relación humana ha de guardar una cierta distancia: una persona debe ser ella misma para poder entrar en relación con sus semejantes. Sin embargo, precisamente aquella persona que ha llegado a ser irrepetible, a desarrollar una personalidad correcta, puede alcanzar una comunidad esencial y plena con los otros. Una gran relación se da solamente entre personalidades puras. Desde luego, el niño aprende a decir ‘Tú’ antes de decir ‘Yo’, pero en la plenitud de su vida personal sólo debe poder decir verdaderamente ‘Yo’ para experimentar el misterio del ‘Tú’ con plena veracidad y pureza. El ser humano se convierte en irrepetible por una realidad determinada; la realización del Tú, la pura comunidad, incluso en un marco de referencia más amplio, sólo adquiere cumplimiento en la medida en que esos irrepetibles sepan guardar las distancias, pues es a partir de su peculiar existencia como se va produciendo la permanente renovación de la comunidad.
Según creo, debe existir en el grupo la posibilidad de que un ser irrepetible se aísle, se quede a solas consigo mismo. Un kibbutz es un kibbutz sólo cuando el número de sus miembros no sobrepasa el círculo de gentes que un ser humano puede personalmente conocer. A mis ojos, los kibbutz grandes son aldeas que ofrecen a sus habitantes la posibilidad de organizarse socialmente y de volver a dividirse en kibbutz más pequeños surgidos de las relaciones sociales. ¿En qué medida sigue siendo un kibbutz todavía kibbutz cuando yo encuentro a un miembro de mi kibbutz al que no conozco? El problema de la comunidad es una cuestión de la adecuada proporción entre individuo y sociedad.
Amran: En mi opinión, la cuestión está en que también los miembros del kibbutz grande se acerquen entre sí, puesto que son componentes de una obra que ha de realizarse en común.
Buber: No basta la relación entre los miembros de un kibbutz grande en orden a la realización de un objetivo común. De lo que se trata es de si existe contacto directo de un ser humano con otro ser humano, y de si el dirigirme hacia el otro es realmente un dirigirme hacia él, en su ser tal como es. El mero tener un objeto en común no es suficiente para que esto se produzca. Cuando, más allá de la construcción del objetivo común, se da también una relación recíproca de las personas entre sí, esto confiere también al asunto una significación elevada, pero el objetivo como tal nunca podrá sustituir a la relación interpersonal.
Nachman: A mi me atosiga el problema de la excesiva cercanía, la presión que padecen los componentes del kibbutz.
Buber: Esto constituye sin duda un problema. Por una parte debe existir una relación de las personas entre sí, pero no menos importante por la otra parte es mantener la distancia. Cuando hay un ‘atosigamiento’ de tal calibre que el ser humano ya no puede contemplar a sus semejantes, eso impide llevar a cabo la relación. Este es uno de los principales problemas en la vida de un grupo. Vivir significa ser interpelado. Cada uno de nosotros se esconde en una especie de coraza, de la que pronto nos volvemos inconscientes por fuerza de esa costumbre. Solamente existen instantes que rompen esa coraza y abren el alma a la receptividad. Lo dialógico se funda también en la apertura del ser humano a las sorpresas. Mañana puedo tener un auténtico diálogo con una persona con la que hasta la fecha no había tenido ningún contacto.
Muki: ¿Hay alguna posibilidad de educar para el diálogo, para la apertura y la disponibilidad conversacional? ¿Es posible, en su opinión, en calidad de educadores, desarrollar y despertar en los niños el encuentro?
Buber: La relación entre el educador y el discípulo es de una peculiaridad especial. Por su naturaleza, no podría desarrollarse en el plano de la plena reciprocidad. De tiempo en tiempo, debe crearse una relación personal completamente nueva con el educando, que es absolutamente irreemplazable. El educador ha de encontrar la mayor cantidad posible de oportunidades en orden a establecer un trato directo y exclusivo con este y con aquel alumno, sea dentro del aula, o fuera de la enseñanza. .
Yo no entiendo el kibbutz como un fin en sí. Entre los diferentes kibbutzim deben darse la misma relación que se da entre las personas dentro de cada kibbutz determinado. Pero esto no ha ocurrido porque los partidos se han convertido en lo que son. Y la politización ha absorbido bases vitales fundamentales. Yo no defiendo ningún método, yo creo en las personas.
Lea: En nuestro trabajo educativo existe una tensión entre la gran cantidad de saberes escolares que hemos de transmitir a los niños, y los valores en cuya educación queremos basarles: confianza, reciprocidad, amor, sentido de lo común, etc. Existe además un contraste entre el educador y su trabajo, por una parte, y la dirección que por otra les imprimen los padres. Los niños de los kibbutz están juntos desde pequeños, parece como si al llegar a una determinada edad se hallasen hartos de la sociedad en que viven.
Buber: ‘Cercanía’ no quiere aún decir ‘relación’. La sociedad infantil es una disposición social que como tal no está hecha para crear lo interhumano. Aquí comienza la tarea del educador. La vida del ser humano sobre la tierra queda disminuida sin relaciones interpersonales . Un educador que lo sabe toma sobre sí un difícil trabajo, a saber, la tarea de abrir las almas. Cada situación es nueva y cada niño es un mundo nuevo. Y el educador tiene que enseñar a educar cada día de nuevo. No existen patentes para la solución de los problemas, y las cosas no se pueden dar por buenas así como así.
Cuando el educador está en posesión de una buena autoridad puede influir incluso en el hogar de los padres, en caso de que la influencia paterna contradiga lo deseado. Las relaciones de los padres entre sí, sin proponérselo demasiado y sin esfuerzos especiales, influyen en los niños mucho más que cualquier otra educación consciente. Pero las crisis son un componente esencial de las relaciones entre los matrimonios. Empero, las relaciones de hombre y mujer en general son uno de los mayores logros de la cultura. Y lo principal es la confianza. No defiendo ningún método, creo en las personas. Donde no hay personas no hay salida alguna.
Muki: Algunos de mis discípulos conocen muchos momentos de separación: ¿cómo puedo comunicarles la fe en el ‘encuentro’, en lo dialógico? Conozco a muchos que creen más en el aislamiento que en el encuentro. Aun cuando experimenten un instante de encuentro dialógico, no creen en él. ¿Cómo se puede despertar en ellos la confianza, con el trasfondo del aislamiento que hoy caracteriza la política y la sociedad?
Buber: Yo no hablo de fe en el ‘encuentro’, sino de confianza en este hombre determinado. Un chico de diez años no necesita saber nada de ‘encuentro’ o de ‘relaciones mutuas interpersonales’. Pero en su contacto con el maestro debe tener el sentimiento de que puede contarle todo a aquel hombre. Lo principal es que tú, el educador, eres la persona en quien se puede confiar. Los alumnos deben ser convencidos a través de la prueba de la realidad: ¡muéstrasela a ellos!.
A una realidad viviente se le tiene que dar crédito. En la medida en que crece una realidad dialógica, en esa misma medida se creerá en ella. En las ideas se puede creer o no. Pero, cuando estamos en presencia de una realidad, entonces casi no podrá por menos de creerse en ella».
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