Vamos camino hacia un judaísmo difuso Daniel Liberman*

Si algo ha caracterizado a la historia judía durante la mayor parte de su dispersión hace dos milenios fue la consistencia religiosa más allá de las diferencias culturales que caracterizaron a las distintas comunidades que se formaron en el exilio. Los judíos siempre fueron una comunidad étnica y religiosa claramente distinguible en cualquier sociedad donde vivieron. Esto, dicho por supuesto, sin olvidar dolorosas experiencias colectivas sufridas como la inquisición española en la que muchos judíos debieron ocultar su identidad para salvar sus vidas, sobreviviendo de esta forma extrema por generaciones. Pero en casi todas las épocas y lugares donde se desarrollaron comunidades judías, éstas procuraron siempre tener el mayor grado de autonomía posible para preservar mejor sus costumbres y tradiciones.
El advenimiento de la sociedad moderna cambió todo eso: desde la Revolución Francesa y con la llegada de los derechos ciudadanos, las comunidades judías tuvieron que ir adaptándose a un mundo más abierto y menos centrado en el dominio de la colectividad sobre el individuo. Esta tendencia provocó grandes transformaciones en el modo de vida tradicional y permitió el ingreso de los judíos a un universo cultural y laboral totalmente nuevo y con posibilidades casi ilimitadas. Al comenzar el siglo XX, el masivo ingreso de los judíos al mundo de las profesiones liberales en Europa occidental tuvo su correlato en el aumento del antisemitismo. Este neologismo sirvió para canalizar los viejos prejuicios religiosos dentro de una nueva justificación en la persistencia del odio hacia los judíos; incluso cuando estos ya no vestían ni se manifestaban públicamente como tales. Ya sabemos en qué derivó esta paranoia social unas pocas décadas más tarde con el exterminio industrial de millones de personas y el énfasis puesto en la extinción física y no solamente cultural de los judíos.
La posguerra mantuvo ocupado al mundo con una nueva contienda ideológica: la llamada Guerra Fría entre capitalismo y comunismo. Un mundo que, sin mucho remordimiento por la reciente desaparición de las juderías europeas, se distrajo lo suficiente del tema como para no boicotear masivamente el surgimiento del incipiente Estado de Israel. Un estado al que nadie en su sano juicio le pronosticaba alguna chance de subsistencia, rodeado como estaba por un mar de árabes sedientos por emular a sus maestros europeos.
Para ser honestos, boicots no faltaron desde la época del mandato británico, impidiendo primero la llegada a la tierra de Israel de los sobrevivientes del holocausto europeo y vedando después la venta de armas al incipiente estado. Pero Israel logró sobreponerse y, contra todo vaticinio, no sólo sobrevivió sino que se convirtió en una potencia regional en Medio Oriente y en el nuevo orgullo de casi todos los judíos del mundo. En la actualidad, Israel no solo se destaca en las ciencias, las artes y la tecnología sino que también alberga a la población judía más numerosa del mundo. Estados Unidos pasó a ser la segunda, no sólo en cantidad sino en influencia. Aunque sigue liderando a las comunidades judías de la diáspora y marcando tendencias en el presente con proyecciones al futuro.

¿Cuál es el futuro de las comunidades judías de la diáspora?
Esta es una pregunta que se viene haciendo hace más de un siglo y aunque todavía no tengamos una respuesta clara, sí podemos vislumbrar hacia donde pueden estar dirigiéndose las cosas. La modernidad trajo asimilación, un fenómeno que no vamos a analizar aquí pero sí podemos comentar en algunos de sus aspectos. Y la observación más importante que debemos hacer, una que por cierto a veces se le escapa hasta a los demógrafos judíos más prominentes, es la diversidad creciente de la población judeo-diaspórica: paradójicamente, esta no es una diversidad de matices culturales sino más bien, un producto de la posmodernidad. El judaísmo difuso, como yo lo defino es un fenómeno contemporáneo fruto de la globalización y la apertura social. Hablar de cuántos judíos viven en tal o cual país es, hoy

por hoy, un anacronismo que supone cierta homogeneidad identitaria con fronteras culturales más o menos bien definidas. Esto ya no es así ni siquiera en los sectores más observantes y ortodoxos de la población judía en la diáspora occidental. Los matrimonios mixtos no son un fenómeno nuevo sino una realidad que ya tiene generaciones y efectos muy duraderos que todavía no podemos predecir completamente.
Hablar de pertenencia judía no implica en absoluto tener abuelos que hayan legado una tradición unívoca en la generación actual. Tampoco significa ninguna forma de membresía estable o siquiera tener un acabado conocimiento de la existencia de las instituciones comunitarias. Por eso no es de sorprender que los censos de población judía se choquen con obstáculos que distorsionan sus resultados. En algunos países han comenzado a utilizar matrices de mayor y menor espectro abarcativo. Algo así como judíos en sentido amplio y judíos en sentido estricto, a modo de intento eufemístico de incluirlo todo pero sin explicar nada. Y lo que hay que explicar es por qué la población judía está cambiando y cómo será el futuro que se pueda proyectar a partir de esos cambios. Un judaísmo con límites cada vez más difusos no es algo sustentable en el tiempo. Esto es algo comprobado históricamente como ocurrió con las antiguas comunidades de Asia Menor o en otras regiones del Mediterráneos oriental al comienzo de la era cristiana. Desde entonces, y a lo largo de distintas épocas y lugares, el judaísmo nunca dejó de desmembrarse, a veces por persecuciones y matanzas, pero también por el surgimiento de sectas y otros brotes sociales que no perduraron. Pese a todas las vicisitudes, siempre logró sobrevivir un remanente poblacional que pudo sortear todos los obstáculos y las distintas formas de asimilación perpetuando las viejas tradiciones de forma autónoma. Ese mismo celo religioso puede observarse hoy en los grupos llamados ultraortodoxos que procuran recrear un modelo de vida de tiempos idos en medio del mundo contemporáneo. De los demás sectores que representan al judaísmo, es probable que surja otra religión como alguna vez surgió el cristianismo durante el Imperio Romano.
En los Estados Unidos, por ejemplo, puede aparecer en unos cien o doscientos años un sincretismo cultural que unifique las principales creencias cívico-religiosas de la población en un único ethos panamericano que, aunque no se haya hecho doctrina todavía, ya ha comenzado a desarrollarse. En otros lugares de la diáspora, la integración no será tan equilibrada ni democrática. En países con una presencia y una influencia judías menores, la disolución y el olvido son posibilidades más reales. Tampoco faltan evidencias históricas en este sentido.
En Israel, los pronósticos son más difíciles de hacer: con una tensa situación geopolítica, las identidades nacional y religiosa se confunden y ayudan a perpetuar situaciones sin resolverlas. Quizás surja un israelismo que se distinga de un neojudaísmo con el que esté confrontado. Esto también tiene su precedente histórico en la antigüedad aunque su resultado no deba ser necesariamente el mismo.
Lo que vaya a suceder en el futuro con las comunidades judías que hoy existen en la diáspora e Israel ciertamente no es algo que podamos predecir completamente desde el presente aunque nuestro modo de actuar y la forma en que definamos al judaísmo hoy sí tendrán una influencia en cómo se conforme cualquier definición posterior. Lo inclusivo en el presente quizás no lo sea en el futuro ni lo más tradicional del hoy necesariamente lo siga siendo mañana. Lo que en mí opinión sí marca un límite perdurable en la definición identitaria es aquello que ayuda a perpetuar la autonomía y la independencia cultural. Quizás allí resida la clave que nos permita entender el modo en que el judaísmo llegó hasta nuestros días y allí esté también la clave para vislumbrar cómo será el judaísmo que logre perdurar en el futuro.

*Graduado en antropología sociocultural de la Universidad de Buenos Aires. Tiene una maestría en servicio comunitario judío de Brandeis University en Massachusetts.

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