El islam extremista y la ortodoxia israelí además de parecerse en la manera de segregar a sus mujeres, tienen en común la tendencia a expandirse. El primero lo hace en el orden mundial, mientras que el segundo lo hace en el local.
Sabemos de qué manera el islam, que no oculta su ambición de conquistar el mundo para imponer el Corán sobre las demás religiones “herejes”, está llenando las calles de las principales ciudades en Europa y en algunos países de América. También vemos con preocupación como la ortodoxia israelí, que no oculta su ambición de imponer las leyes de la “halajá” (leyes religiosas) sobre las leyes laicas vigentes en Israel, se esta expandiendo en el país.
Si bien nunca fue mayoría en el gobierno, el sector religioso siempre logró instaurar prohibiciones propias de dictaduras religiosas, amparado por los convenios que posibilitaron las coaliciones gubernamentales. Podemos citar como ejemplos, viejas leyes que prohíben en días sábado y festivos el transporte público barato impidiendo viajar a la clase baja; leyes que prohíben la publicación de periódicos y el trabajo al empleado judío en tareas esenciales durante esos días; leyes que prohíben el matrimonio civil y que implantan prematuramente el deprimente horario de invierno con el respectivo perjuicio económico. Todas leyes antidemocráticas que limitan al importante sector judío laico de la población, y al sector no judío en general.
Vemos con preocupación que los religiosos, con su promedio de cinco a nueve hijos por matrimonio, están aumentando su población en el país en progresión geométrica. Si tenemos en cuenta que cada hijo tendrá a su vez la misma cantidad de descendientes, podemos estar seguros que al cabo de unas pocas generaciones la población religiosa, extrema y moderada, será mayoría en Israel, como actualmente

sucede en todos los países árabes del Medio Oriente.

La democracia ejemplar los ampara
Amparados por la ejemplar democracia que caracteriza a Israel, los partidos religiosos triunfarán en las elecciones y serán los que habrán de gobernar con mayoría absoluta, sin necesidad de coalición alguna. En ese momento, el Medio Oriente se verá enriquecido por una nueva teocracia, la primera teocracia no musulmana.
Lo expuesto es una triste realidad. Si ya estamos viviendo los problemas que están acarreando al país, no debemos subestimar ese desastroso futuro que le espera a la democracia israelí, si es que los gobiernos no colocan el problema en su mesa de deliberaciones. Pero no lo podrán hacer mientras en las coaliciones gubernamentales los partidos religiosos tengan peso.
Es entonces necesario que los partidos laicos vean con urgencia ese peligro, y se unan mientras constituyen una mayoría en la población y no cuando sea demasiado tarde. Siendo mayoría en el gobierno, será mas fácil encontrar la manera de promulgar leyes que obliguen a la religión a ocupar el lugar que le corresponde, y no permitirles que se agrupen en partidos políticos como actualmente lo hacen.
Aún nadie vio ni siquiera es fácil imaginar, a un obispo o cardenal católico con la vestimenta que lo define y la mitra sobre su cabeza, sentado en la cámara de diputados o en el senado de un país libre y democrático occidental. Por eso es muy triste que el mundo pueda ver en la sala de sesiones del gobierno israelí, a un rabino con su negro traje, su sombrero y su larga barba, ocupado en incongruentes tareas, tareas que “no le pegan ni con cola” (frase popular que expresa la idea con mayor exactitud), cuando su lugar natural debe ser la sinagoga.

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