De la educación sobre el Holocausto. Yehuda Bauer
Hay tres preguntas centrales: ¿Por qué enseñar sobre el Holocausto? ¿Qué enseñar? ¿Cómo enseñarlo?
El genocidio del pueblo judío perpetrado por la Alemania nazi y sus colaboradores, que comúnmente e incorrectamente llamamos Holocausto, es la forma más extrema de genocidio hasta hoy. No es el sufrimiento de las víctimas lo que hace que sea el caso más extremo: el sufrimiento no tiene gradaciones, y los judíos no sufrieron ni más ni menos que otras víctimas de otros genocidios. Tampoco es debido a la cantidad total de víctimas –quizá 5,7 o 5,8 millones– ni al porcentaje de judíos asesinados sobre el total de judíos en el mundo en ese momento: unos 17 millones. En el genocidio armenio, quizá 1 millón de armenios o más fueron asesinados o murieron como consecuencia de las atrocidades, es decir, más de un tercio de los armenios que vivían en Turquía. Entre 800.000 y 1 millón de tutsis fueron asesinados en Ruanda en 1994, y esa cifra representa el 90 por ciento de los tutsis que vivían en Ruanda en ese momento. Y en China, el Gran Salto Adelante, que constituyó un politicidio –el exterminio deliberado por motivos políticos, sociales o económicos– tuvo muchas más víctimas que el Holocausto.
No, el Holocausto es único por otros motivos: por primera vez en la historia, el objetivo era asesinar a cada una de las personas que los perpetradores consideraban que pertenecía al grupo designado, en este caso los judíos, por el “crimen” de haber nacido. Por primera vez en la historia, el objetivo era implementar este plan donde fuera que los alemanes se alzaran con el poder: finalmente, en todo el planeta. Por primera vez en la historia, la motivación tenía muy poco –o nada– que ver con factores económicos o sociales; era puramente ideológica, y la ideología no tenía ningún fundamento en la realidad. Estas atrocidades ocurrieron en el contexto de una guerra que la Alemania nazi inició por motivos que, repito, no tenían mucho que ver con realidades económicas o sociales o políticas. La Alemania nazi inició la guerra para conseguir más Lebensraum, “espacio vital”, pero no tenía necesidad de territorio adicional porque podía obtener las materias primas y los productos agrícolas necesarios mediante el comercio, y no necesitaba más superficie para sus campesinos porque en realidad no sobraba el trabajo en las áreas rurales alemanas. Actualmente Alemania es un país más pequeño y con mayor población que en ese entonces, y es un país próspero.
En 1939, la mayoría de los alemanes no querían entrar en guerra; tenían recuerdos amargos de la última: la Primera Guerra Mundial. La elite industrial y bancaria no quería una guerra, porque les estaba yendo muy bien, y los militares tampoco. En septiembre de 1938, el Jefe del Estado Mayor alemán, Ludwig Beck, y un grupo de generales planeaban un golpe de estado contra Hitler porque temían una guerra contra Gran Bretaña y Francia, con los soviéticos todavía en contra. Pero Chamberlain y Daladier se echaron atrás con la guerra a Checoslovaquia, así que no hubo golpe. Por supuesto que no está claro si el golpe se habría realizado o si, de realizarse, habría sido exitoso, pero nos da un indicio de lo que pensaban los más altos líderes militares de Alemania. Entonces, ¿quién quería una guerra? La respuesta es obviamente, Hitler, pero no era el único: tenía el apoyo del Partido Nazi. El casus belli, la justificación de la guerra, está claramente expresada en el memorándum que Hitler escribiera a Goering en agosto de 1936, que puede encontrarse en los documentos de Nuremberg de 1945. Hitler dice allí que Alemania debe prepararse para la guerra porque de lo contrario el bolcheviquismo, que busca reemplazar a los dirigentes de todo el mundo por la judería internacional, no sólo pondrá en peligro a Alemania sino que aniquilará al pueblo alemán. Hitler y sus allegados más cercanos creían que una derrota del bolcheviquismo judío permitiría a Alemania expandirse hacia el este, poblar esos territorios con colonizadores alemanes y garantizar el suministro de alimentos y materias primas que asegurarían la supremacía de Alemania sobre Europa, y finalmente, con la ayuda de sus aliados, sobre el mundo entero. Todo ello, pensaban, solo sería posible derrotando a la judería internacional, que controlaba tanto al bolcheviquismo soviético como al capitalismo occidental.
Yo diría que la guerra fue en esencia una empresa ideológica, y los elementos económicos y políticos, como factores instrumentales, tuvieron un papel secundario. Por eso el Holocausto fue, básicamente, parte de un proyecto con motivos ideológicos creado para conseguir poder mediante la expansión, hecho posible por la guerra. Así, el nazismo fue un fenómeno sin precedentes, lo que explica en gran medida por qué el Holocausto es el tema central de cualquier proceso educativo, no sólo en Europa, que aborde el tema del mundo en el que vivimos. El antisemitismo fue la motivación central de una guerra en la que murieron unos 6 millones de judíos y cerca de 29 millones de no judíos sólo en Europa. Por eso el antisemitismo, que ocasionó el Holocausto, provocó la muerte de muchos millones de europeos no judíos. Es, por ende, un tema central para toda la civilización, y en particular para la civilización europea; es la forma más extrema de genocidio que se ha conocido, repito, no porque las víctimas sufrieran más que otras víctimas de otros genocidios, sino por sus motivos y su índole sin precedentes, y por el impacto global que sigue teniendo como paradigma del genocidio. Es de suma importancia para todos, y por eso es que lo enseñamos.
Cuando abordamos el Holocausto, los educadores solemos hablar de tres grupos de personas: los perpetradores, las víctimas y los observadores pasivos. Esto es problemático porque son categorías no del todo precisas que suelen solaparse o tener límites poco nítidos. Por ejemplo, los kapos de los campos de concentración eran víctimas pero muchas veces también perpetradores. El término “observadores pasivos” incluye grupos tan diversos como los Aliados Occidentales, la Unión Soviética , organizaciones e instituciones judías fuera de las áreas controladas por los nazis, campesinos polacos (la mayoría de los cuales eran indiferentes, aunque algunos eran amigos y muchos eran hostiles, aun cuando no mataran judíos), miembros de iglesias cristianas que callaron mientras frente a sus ojos los judíos eran transportados a su muerte o asesinados, y gobiernos de países neutrales que podrían haber ayudado pero se abstuvieron. Sin embargo, usamos esos términos a pesar de que son incorrectos porque no hemos creado otros mejores.
Entonces, ¿qué debemos enseñar? Después de todo, no podemos enseñar todo, porque la serie de contextos y acontecimientos que llamamos Holocausto son muchos y muy complicados, y hay poco tiempo en cualquier establecimiento educativo para enseñar todo esto. Hubo unos 18.000 refugiados judíos centroeuropeos en Shangai, ¿debemos enseñar sobre ellos? Los gobiernos latinoamericanos en general se negaron a aceptar refugiados judíos, ¿corresponde enseñar este tema? ¿Tenemos que hablar de los judíos de Tracia y Macedonia que fueron entregados a manos alemanas por la policía y el ejército búlgaros o debemos concentrarnos solamente en el rescate de los judíos de Bulgaria? ¿Tenemos que entrar en detalle sobre los griegos, checos, italianos, noruegos y otros que colaboraron con los alemanes? Creo que debemos adaptar lo que enseñamos a las situaciones e intereses locales.
Si enseñamos en Grecia probablemente debamos enfatizar el destino de los judíos de Salónica, Atenas, Corfú y Rodas y hablar sobre los colaboradores y los movimientos de resistencia griegos, y el proceder de los dirigentes de la comunidad judía y de los judíos comunes. Debemos señalar las sutilezas y las diferencias, y al mismo tiempo tener cuidado de no disminuir la responsabilidad criminal directa de las instituciones, organizaciones y personas alemanas. En otros países, corresponde enfatizar los temas locales paralelos. Pero esto conlleva un peligro: que al ocuparnos de los árboles perdamos de vista el bosque. Debe surgir un panorama general como contexto de la historia nacional.
Debemos apuntar a la globalización de la educación sobre el Holocausto. Es decir, debemos describir y analizar el Holocausto en sus diversos contextos: tanto en forma vertical –es decir, históricamente– como en forma horizontal –o sea, poniéndolo en un contexto histórico, económico y político global, explicando sus antecedentes, sus acontecimientos y su impacto–. Los docentes no están obligados a abordar todo esto, no sólo porque el tiempo es escaso sino también porque su formación no les da los conocimientos detallados que los académicos obtienen estudiando toda su vida; sin embargo, es importante tener en cuenta estos aspectos. En cuanto a los perpetradores, hay que admitir que en noviembre de 1932, en las últimas elecciones libres de la Alemania pre-Hitler, los nacional socialistas fueron derrotados: perdieron 2 millones de votos y 34 escaños en el Reichstag alemán. Parecía que quedaban fuera de competencia, que volvían a lo que habían sido en 1928, cuando consiguieron apenas un 2,8 por ciento del total de votos. A fines de 1932 la mayoría de los alemanes votó por partidos que eran claramente antinazis y contrarios al antisemitismo o que al menos no apoyaban el nazismo ni el antisemitismo: los social demócratas, los comunistas, el Centro Católico y algunos partidos centristas menores. Pero menos de seis semanas más tarde, los nazis estaban en el poder, no debido a una victoria en las urnas sino por las maquinaciones de la derecha conservadora y los violentos desacuerdos entre los no nazis. Hacia 1940-1941, ya no era un problema reclutar alemanes para participar en asesinatos masivos. ¿Cómo puede explicarse esto? Los historiadores alemanes señalan la combinación de un repunte económico y el uso inteligente de políticas sociales que parecían mejorar la suerte de los alemanes. A principios de la década de 1920 y a partir de 1929, los alemanes lograron en gran medida restablecer la cohesión social destruida por la pérdida de la guerra y por dos grandes crisis económicas. Una Alemania renaciente obtuvo fáciles victorias internacionales, destruyendo los efectos del Tratado de Versalles y restituyendo la importancia de Alemania como poder político y militar europeo. El ascenso luego de la crisis económica no se debió realmente a las políticas del régimen, sino que se produjo porque antes de que los nazis asumieran el poder, la economía alemana ya había llegado a su punto más bajo y había empezado a recuperarse. Los nazis se montaron a la ola de mejoría general, y algunas de sus políticas se alinearon con el aumento de la producción, aunque no hubo una mejoría importante en el nivel de vida. Pero la inserción de enormes masas de desempleados en el mundo laboral, incluso en trabajos mal remunerados, hizo muy popular al régimen. Además, con el aumento de las pensiones, la política social del nazismo se ocupó por primera vez y con bastante éxito del problema de los millones de viudas de guerra y de veteranos inválidos. Todo esto equivalía a sobornar a la población, y lo acompañaron con una propaganda ideológica masiva que llegó a todas las familias de cada rincón del país.
Algunos historiadores le dan mucha importancia al hecho de que muchos asesinos no habían recibido educación ideológica, pero olvidan que toda la sociedad había sido sometida a una campaña de adoctrinamiento ideológico durante siete u ocho años, y que en los márgenes de la sociedad –que a veces eran muy amplios– existía la amenaza constante de una maquinaria de terror cada vez más eficiente que se usaba deliberadamente para evitar que se afianzara cualquier oposición política o ideológica. Las políticas nazis se pagaban con las reservas de divisas extranjeras y mediante una política inflacionaria que fue posible gracias a un astuto sistema fiscal que se aprovechaba de la población. La prosperidad real fue abandonada en pos del rearme masivo, de modo que toda la estructura económica estaba en peligro. La guerra fue propuesta como solución temporal ante una inevitable crisis económica y financiera, para robarles a los países ocupados, conquistados y aliados y, sobre todo, para robarles a los judíos.
El elemento esencial de cualquier interpretación de las políticas nazis es la historia de la elite intelectual alemana. Desde mediados del siglo XIX se venía dando una radicalización cada vez mayor de la elite intelectual. El nacionalismo radical se impuso sobre la tendencia más liberal y se transformó, gradualmente, en patriotismo racista, no sólo en Alemania sino también en Austria. Esto se hizo evidente durante el Segundo Reich, entre 1870 y 1914. La derrota en la Primera Guerra Mundial exacerbó esta tendencia, y para los años 20 las universidades y las organizaciones de docentes estaban entre los principales seguidores del Nacional Socialismo. Sin el apoyo de los intelectuales, el régimen nazi no habría podido llegar al poder ni tampoco conservarlo. Fue de las filas de la intelectualidad de donde se reclutaron las personas que dirigieron los crímenes nazis. Obviamente, la conclusión es que el conocimiento por sí mismo no garantiza un enfoque humanístico de la vida, y que no hay nada tan peligroso como asesinos masivos inteligentes.
Eichmann es un excelente ejemplo: engañó a gente brillante, como la filósofa Hannah Arendt, logrando que lo aceptaran cuando se autoproclamaba como un mero engranaje de la máquina, una personalidad banal que hizo el mal porque no era un ideólogo y no sabía que era incorrecto. En realidad, Eichmann era miembro de la Oficina Central de Seguridad del Reich, la RSHA , compuesta por individuos de alto nivel de inteligencia, radicalmente racistas, radicalmente antisemitas y motivados ideológicamente, que eran el núcleo de la maquinaria de los perpetradores. El grupo incluía a la Policía de Seguridad, con su rama de la Gestapo , la Policía Criminal y las unidades de inteligencia. Ellos se encargaron de una gran parte de las matanzas.
Aunque Eichmann no haya tenido educación universitaria, los hombres que lo rodeaban sí la tuvieron, y él mismo citaba a Kant y a Hegel. No era un mero engranaje en la máquina, era parte del sistema de control de la máquina. En una conferencia que dio ante personal de seguridad nazi de alta jerarquía en noviembre de 1937, explicó de qué se trataba la conspiración judía internacional Él era parte de la jerarquía, y aunque recibía pautas generales de su superior, demostraba una gran inteligencia e iniciativa para radicalizarlas. Daba órdenes; no sólo las recibía. De todos modos, pocas veces precisaba órdenes, porque se identificaba plenamente con la política asesina general, y sabía muy bien que lo que estaba haciendo estaba mal. Lejos de ser una personalidad banal, demostró que el mal nunca es banal. La verdadera historia de Eichmann puede usarse en el ámbito educativo para enseñar el opuesto exacto de la imagen popular creada por el cine y por supuestos documentales. Se pueden proporcionar fuentes para todo esto.
¿Es, entonces, la historia del nazismo y del Holocausto una historia de burocracia, como tantos creen? Nadie que enseñe sobre el Holocausto puede evitar encarar esta pregunta, y efectivamente, la burocracia en sus varios aspectos fue utilizada con éxito para matar. Pero son las personas, no las burocracias, las que matan. Los burócratas pueden dar órdenes o instrucciones, pero primero alguien tiene que decirles a los burócratas que lo hagan, y puede ser que algunos burócratas lo hagan por su cuenta. En otras palabras, la voluntad de matar tiene que estar dirigida por personas que saben lo que están haciendo y quieren hacerlo. La ideología, la racionalización ideológica o los intereses mueven a las burocracias; cuando decimos “intereses” nos referimos al hecho de comprender qué es bueno o malo a los ojos de los que toman las decisiones. En el caso de los nazis, ya aduje que actuaban sin pensar en sus intereses materiales, que estaban motivados por una ideología no pragmática o antipragmática.
Una vez comprendido esto, se pueden poner en contexto los hechos históricos y se puede enseñar sobre el desarrollo del régimen nazi en Alemania antes de la guerra y sobre las etapas en las que se materializó el genocidio de los judíos. Por cierto, se puede hablar de esas etapas y mostrar que el Holocausto no estaba planeado con anticipación, contrariamente a la percepción popular, aunque puede ser que Hitler como individuo haya deseado que ocurriera la aniquilación masiva de los judíos. Pero la ideología estaba ahí, y cuando la ocasión fue propicia, dio lugar a la planificación. De hecho, en gran medida, las matanzas masivas vinieron primero, y la planificación fue su resultado. En este sentido, como en tantos otros, el genocidio de los judíos difiere de otros genocidios. Cuando se enseña sobre guetos, campos, marchas de la muerte, etcétera, todo encaja.
Considero que la historia de las víctimas es por lo menos tan importante como la de los perpetradores. Después de todo, las víctimas son siempre la mayoría, si las comparamos con los perpetradores, y todos tenemos más probabilidades de ser víctimas u observadores pasivos que perpetradores. Desde un punto de vista humanístico, es crucial comprender quiénes eran las víctimas, por qué fueron víctimas, qué hacían antes de ser víctimas, en qué momento comprendieron que estaban en peligro de ser víctimas de un asesinato en masa y un genocidio, y qué hicieron en respuesta a todo eso. Cuando enseñamos sobre el genocidio de los judíos tenemos que abordar, obviamente, el antisemitismo, pero esto conlleva un riesgo porque el estudiante o incluso el maestro puede ver a los judíos simplemente como objetos de odio, persecución y muerte, no como sujetos de la historia con su propia cultura, tradiciones y aspiraciones; en otras palabras, menos que seres humanos. Por eso, se debe enseñar sobre los judíos como un pueblo histórico, y desde luego, lo mismo se aplica a otros grupos que fueron o son objeto de ataques genocidas. Es decir que el docente debe tener al menos conocimientos rudimentarios de la historia del pueblo judío. Otro peligro es que un alumno pregunte: Bueno pero, ¿qué hicieron para merecer ese tratamiento? Además de describir el trato discriminatorio que reciben actualmente diversos grupos para mostrar que es algo común en las sociedades humanas, es importante tratar de aclarar los orígenes del antisemitismo.
La respuesta simple (y correcta) es que si bien los judíos no son mejores ni peores que cualquier otro grupo, su cultura y tradiciones son diferentes. En Europa eran el único pueblo no europeo hasta la llegada de los gitanos a los Balcanes en el siglo XIII o XIV, y tenían una cultura diferente, que se expresaba en una religión diferente de la que tenían las sociedades que los acogían. Desarrollaron también una estructura ocupacional diferente, porque las sociedades que los rodeaban los usaron con fines económicos específicos, limitando sus posibilidades laborales. Al mismo tiempo, el docente debe enfatizar que la historia de los judíos definitivamente no es la historia de sus persecuciones. En la mayoría de los lugares y la mayoría de las veces, convivieron con sus vecinos, no necesariamente amados pero tampoco necesariamente odiados. Eran útiles y a menudo eran invitados a residir en distintos países para desempeñarse en determinadas funciones económicas y sociales. Pero cuando una sociedad sufría una crisis, lo que sucedía con bastante frecuencia, a veces los judíos eran una especie de pararrayos: la crisis recaía en un grupo del que todos tenían conocimiento, un grupo conocido pero extraño, siempre minoritario y en consecuencia fácil de atacar. Estas diferencias básicas fueron acentuadas por la Iglesia y, luego de Lutero, por las Iglesias, por motivos teológicos combinados con motivos económicos y sociales. Puede ser incómodo enseñar esto pero es inevitable. El antisemitismo cristiano nunca planeó el genocidio de los judíos: los judíos, en la visión cristiana, habían rechazado al verdadero Mesías, pero eran seres humanos con alma, y matarlos era un pecado capital. Pero estaban poseídos por el diablo, eran en realidad una amenaza satánica para la cristiandad y por eso debían ser oprimidos, discriminados, perseguidos, explotados, expulsados y desposeídos siempre que surgiera la ocasión o la necesidad.
Las acusaciones en su contra repetían siempre los mismos argumentos teológicos, pero las acusaciones no teológicas diferían en distintas épocas, y durante el nazismo alcanzaron un punto extremo: eran de índole contradictoria, pues acusaban a los judíos de ser tanto comunistas como capitalistas, una postura sostenible precisamente por las supuestas cualidades satánicas de los judíos. Sin embargo, todas estas acusaciones, incluso las racistas, se basaban en precedentes teológicos: la acusación de que hay una conspiración judía para controlar el mundo puede encontrarse en textos cristianos antiguos; de manera similar, la idea de que los judíos corrompen a las sociedades y sus culturas, o de que usan sangre de niños para preparar sus comidas especiales, provienen de la edad antigua o medieval. En el siglo XVI y en adelante, la pureza o limpieza de sangre, la prueba de que la persona no descendía de judíos o musulmanes, era obligatoria para cualquiera que aspirara a un cargo público en España. La noción de que el nazismo era una ideología neopagana que no tenía relación con el cristianismo es cierta sólo en parte: el antisemitismo cristiano fue una condición previa necesaria, aunque no suficiente, del nazismo. El nazismo se volvió en contra del cristianismo, sobre todo porque se basaba en el judaísmo y contenía ideas humanísticas que los nazis consideraban detestables. Se volvió especialmente en contra de la Iglesia Católica , cuyas divisiones no eran de carácter militar. Pero los judíos quedaron atrapados en el medio: fueron asesinados por los nazis y no fueron protegidos por las Iglesias, aunque hubo muchos sacerdotes, pastores y altos funcionarios de las Iglesias que trataron de salvar judíos, y algunos de ellos sacrificaron su vida para lograrlo.
Podría decirse que los nazis inventaron a sus víctimas, en el sentido de que los judíos a los que atacaron no eran necesariamente los que se veían a sí mismos como judíos. Por supuesto, y esto debe señalarse en todos los contextos educativos, los judíos no eran un colectivo político. En Alemania, por ejemplo, nunca existió un organismo que representara a todos los judíos antes del ascenso de los nazis al poder. Tampoco lo había en la Polonia de entreguerras. Había comunidades y organizaciones judías variopintas, ortodoxas y liberales y no religiosas, pero nunca unidas del todo, ni siquiera en un país como Francia, donde había una organización rabínica llamada Consistorio, que representaba a apenas una minoría de personas que se identificaban como judíos. En Polonia, por ejemplo, una mayoría relativa de judíos, cerca del 40%, se identificaba con el Bund, que era socialdemocrático, anticomunista, antisionista y antirreligioso. Los nazis, siguiendo precedentes anteriores, inventaron el colectivo político judío, que incluso era internacional, y luego, paradójicamente, los judíos trataron de crear organizaciones políticas e internacionales, en parte para luchar contra la amenaza del nazismo. Así, en 1936 se creó el Congreso Judío Mundial, que supuestamente representaba a las comunidades judías de todo el mundo. En realidad, sólo se incorporaron algunas comunidades judías; otras, no. El movimiento sionista, una entre varias expresiones del nacionalismo judío en alza, atrajo a una minoría de judíos.
Los nazis asesinaron personas cuyos abuelos se habían convertido al cristianismo, porque los veían como judíos. Mataron personas que habían nacido de padres judíos pero que se identificaban como polacos, o rusos, o italianos, y que habían cortado relaciones con otros judíos. El sentido de pertenencia al judaísmo ya no definía a todos los judíos, y hasta se podría decir que ya no definía ni siquiera a la mayoría de los judíos. La mayoría de los judíos se identificaban a sí mismos como judíos pero tenían distintas formas de interpretar lo que eso significaba. Los docentes deben explicar que se debe respetar la forma en que las personas se definen a sí mismas y no permitir que sean otros quienes las definen, como lo hicieron los nazis. Los nazis inventaron un pueblo judío que era sólo en parte el pueblo con el que se identificaba la mayoría de los judíos. Y sin embargo –y este es el punto principal–, la reacción de los judíos ante las persecuciones y luego ante la matanza fue cuanto menos sorprendente. Los judíos alemanes, la mayoría de los cuales eran no ortodoxos y acérrimos nacionalistas alemanes, se volcaron al pasado y trataron, con bastante éxito, de recuperar su identidad judía histórica y religiosa desarrollando una cultura judía en lengua alemana.
La Biblia se tradujo al alemán y la vida intelectual y social prosperó en los años 30 a pesar de las persecuciones en aumento. Después del comienzo de la guerra, y especialmente en los grandes guetos de Polonia –pero no sólo allí– se formaron redes de organizaciones sociales, económicas y culturales, para mantener la moral y una apariencia de vida civilizada a pesar del hambre, las epidemias, las golpizas y el peligro de las deportaciones con destino desconocido. No había posibilidad de resistencia armada puesto que los judíos eran una minoría pequeña –incluso en Polonia eran apenas el 10% de la población general–, no tenían acceso a las armas y no habían desarrollado una clase militar; además, en la mayoría de los países europeos estaban excluidos del resto de la población y no contaban con el apoyo de los Aliados. Por eso, la resistencia desarmada era la única opción posible, y muchas comunidades judías eligieron esta opción. Por lo que sé, esto nunca ocurrió con otras poblaciones que hayan sido o sean actualmente víctimas de crímenes genocidas. Sugiero que la resistencia desarmada judía sea uno de los temas centrales de la educación sobre el Holocausto.
Por supuesto, la resistencia desarmada no se dio en todas partes Bajo la tremenda presión de los nazis y sus colaboradores locales, hubo muchos casos de desintegración social, de colaboración forzada con el enemigo y de traiciones. Pero esas cosas son comunes en la mayoría de los casos de genocidio. Hay que tener cuidado de no catalogar de colaboradores a los Consejos Judíos, instituidos por los alemanes para facilitar las políticas alemanas relativas a los judíos. Es cierto que algunos cedieron a la presión alemana sin oponer resistencia –en Ámsterdam por ejemplo, o en Salónica o, posiblemente, en Lodz–. Pero en la mayoría de los lugares, según sabemos ahora, trataron de proteger a sus comunidades lo mejor que pudieron sin iniciar una resistencia abierta contra un poder imbatible. Siempre que se intentó oponer resistencia –y se intentó en muchos lugares– los Consejos Judíos fueron depuestos y en la mayoría de los casos, sus miembros fueron asesinados.
Sin embargo, en muchos lugares estos Consejos trataron de resistir a pesar de todo, y en algunos pueblos y comunidades organizaron rebeliones armadas. Los alemanes también establecieron unidades policiales judías en los guetos, y la mayoría de estos oficiales hacían lo que les ordenaban los nazis, y en algunos casos, como es ampliamente conocido, entregaron judíos a los alemanes. Pero es un error generalizar. En la mayoría de los lugares, tanto en el este como en el oeste, los alemanes no pedían la colaboración de los Consejos ni de la policía sino que se ocupaban ellos mismos de los judíos, con brutalidad y sadismo. La imagen de la policía judía entregando a otros judíos es verdadera si hablamos del gueto de Varsovia, por ejemplo, pero no en el caso de Kaunas, y la mera noción de esa imagen es irrelevante si hablamos de Bélgica o los Países Bajos. Es importante abordar estos temas en un contexto educativo antes de que los alumnos los planteen.
Las reacciones de las víctimas judías se deben enseñar vinculándolas con el contexto general de las relaciones entre judíos y no judíos. Obviamente, estas relaciones eran diferentes en los distintos países. Como bien sabemos, los judíos daneses eran tratados como daneses por la población de Dinamarca y en consecuencia muchos de ellos fueron llevados de contrabando a Suecia, país neutral. En Bulgaria, los judíos fueron rescatados por una inesperada coalición de miembros del Partido Fascista, la Iglesia Ortodoxa y los grupos clandestinos comunistas y socialdemócratas, o sea, por representantes de la mayoría de la población búlgara. Otras actitudes menos drásticas pero marcadamente pro-judías fueron las que demostraron los servios, italianos, belgas y franceses. Había poca simpatía por los judíos en Rumania, Ucrania y los Países Bálticos. En los últimos años, textos revisionistas de Polonia y de la diáspora polaca acusan en cierta medida a los judíos de haberse matado ellos mismos o de haberse negado a ser rescatados por un gran número de polacos dispuestos a ayudarlos. Esto es no sólo una distorsión total de un hecho histórico sino que además minimiza el heroísmo real de miles de polacos que, a pesar de ser una minoría entre sus connacionales, hicieron todo lo posible para rescatar a los judíos, y en muchos casos lo pagaron con su vida. También ignora diferencias regionales: había una marcada actitud antisemita en el noreste y el centro-sur de Polonia, donde las poblaciones locales traicionaron a los judíos entregándolos a la policía alemana y polaca. Las razones precisas de esto todavía no han sido investigadas. Por otra parte, la minoría polaca en la Galicia del Este y Volinia era mucho más amigable hacia los judíos, y en algunos casos los judíos se unieron a ellos en la defensa contra los nacionalistas ucranianos y los alemanes. Para los educadores es importante señalar el peligro de las generalizaciones fáciles. Reitero, es imposible para los docentes entrar en detalles, pero se debe subrayar la amplia variedad de reacciones y se deben mencionar los motivos: los pasados diferentes de cada uno de los lugares habían creado bases diferentes para las actitudes que definieron las posibilidades de supervivencia de los judíos. En definitiva, las actitudes de los vecinos no judíos fueron en gran medida responsables de la muerte o la supervivencia de la minoría judía.
Es importante señalar que si bien no había posibilidades objetivas de resistencia armada judía, a pesar de esto y al contrario de toda lógica, la resistencia armada judía existió, y fue de una magnitud mucho mayor de lo que podría esperarse. La historia de la Rebelión del Gueto de Varsovia es importante y no debe ignorarse, pero no fue en absoluto el único hecho de esas características. Hubo rebeliones o intentos de resistencia armada en Vilna (Vilnius), Kaunas (Kovno), Bialystok, Svencionys (Svenciany), Cracovia, Baranowicze, Lachwa, Tuczyn y en otros lugares del este De hecho, sólo en Bielorrusia Occidental fueron cerca de 63 los pequeños poblados donde se intentó o se concretó la resistencia armada. Se calcula que entre 20.000 y 30.000 judíos fueron a los bosques a luchar junto con los partisanos soviéticos, aunque no muchos sobrevivieron. Hubo luchadores y partisanos judíos en Francia, Bélgica, Italia, Yugoslavia, Bulgaria y las áreas de Ucrania ocupadas por Rumania. En todos estos casos los grupos fueron pequeños, y lo importante no es el daño infligido a los alemanes y sus colaboradores sino el hecho de que existieron intentos de resistencia armada. Se trata de una importancia moral. Cuando abordamos el tema del mundo exterior, los poderes occidentales y la Unión Soviética , en realidad estamos hablando del presente, porque los grandes poderes de hoy están ante una situación parecida: son observadores pasivos de genocidios constantes. Las diferencias entre las distintas formas de genocidio son muchas. Una de ellas es que, con respecto al Holocausto, hablamos de la conducta de los países poderosos en una conflagración mundial, lo cual difiere evidentemente de la situación actual. Es innegable que si bien hoy vemos el Holocausto como uno de los eventos principales –si no el principal– de la guerra, no era más que un tema marginal en el momento en que sucedió. Los Aliados sabían, al menos en términos generales, lo que estaba pasando, pero estaban luchando por su vida contra un enemigo formidable. Muchos líderes simplemente no creían las informaciones que recibían. Además, y este es tal vez el punto principal, los oponentes al nazismo no comprendían la importancia central de la ideología nazi; la veían como un medio para ganar y retener poder y no como una convicción firme y profunda, que los nazis harían realidad si podían. Hoy en día estamos en una situación similar, cuando muchos creemos que la propaganda genocida del islamismo radical no son más que palabras y no nos damos cuenta de que es una ideología a la que muchos adhieren incondicionalmente y que los llevará a actuar si tienen la oportunidad. Hay otro aspecto en esta cuestión: en muchos libros se ha acusado a los poderes occidentales de mantenerse en silencio frente al genocidio que sucedía frente a sus ojos y de no usar su poderío militar para el rescate de los judíos. Pero los hechos son muy diferentes. No hubo silencio. Cuando en noviembre de 1942 finalmente fue confirmada la información sobre la aniquilación masiva de los judíos, los Aliados –incluyendo a la Unión Soviética – declararon, el 17 de diciembre de 1942, que los alemanes estaban asesinando a los judíos y que los responsables serían castigados. Por supuesto, el castigo fue impuesto en una pequeña proporción. No se censuró ninguna noticia llegada de Europa sobre estos temas –que la gente creyera o no lo que leía es otra cuestión–. Un segundo tema es que los alemanes comenzaron a asesinar en masa a los judíos tras la invasión a la Unión Soviética en junio de 1941. Estados Unidos era neutral, y los ingleses se habían visto obligados a retirarse a sus islas, donde luchaban por su propia supervivencia. Los soviéticos estaban siendo derrotados, y de todos modos no tenían interés en los judíos como tales. Estados Unidos no declaró la guerra a Alemania; lo que ocurrió fue que los estadounidenses se vieron obligados a entrar en la guerra a causa del ataque japonés a Pearl Harbour, y luego Alemania le declaró la guerra a Estados Unidos, no al revés. Si esto no hubiera ocurrido, no hay forma de saber si Estados Unidos habría intervenido en la lucha, ni cuándo. Durante el período de las grandes operaciones de exterminio, en 1941, 1942 y varios meses de 1943, no había ejércitos aliados cerca de los sitios de destrucción, y los ejércitos alemanes controlaban la mayor parte de Europa. Los únicos bombarderos occidentales que podrían haber llegado a los campos de exterminio de Polonia eran los Lancaster británicos, pero no había aviones de combate para acompañarlos a esos lugares. La situación recién cambió cuando los Aliados ocuparon los campos de aviación italianos cercanos a Foggia en noviembre de 1943. Llevó algunos meses preparar esos campos para que fueran utilizables, y por eso no fue posible bombardear los campos de exterminio hasta 1944. Para entonces, sólo Auschwitz-Birkenau seguía funcionando. Birkenau podría haber sido atacado después de mayo de 1944, especialmente luego de conocerse, en junio de 1944, un informe detallado sobre Auschwitz de dos judíos eslovacos que habían escapado, Alfred Wetzler y Rudolf Vrba. Pero entonces los líderes militares occidentales consideraron que el sitio era un blanco civil, y sólo estaban dispuestos a usar sus fuerzas aéreas contra blancos militares.
Si las fuerzas aéreas occidentales –a los soviéticos no les importaba en absoluto– hubieran atacado Birkenau, ¿eso habría hecho que los alemanes dejaran de matar judíos? No lo creo. Los perpetradores alemanes habrían continuado lo que estaban haciendo: fusilar a sus víctimas al borde de zanjas o, como hicieron después, hacerlos marchar hasta la muerte. La idea de que Occidente podría haber salvado a los judíos es popular y populista, pero para nada convincente. Por otra parte, aunque Occidente no podría haber salvado a los millones que murieron, podría haber salvado a miles, tal vez más. Occidente cerró las puertas de Palestina a los judíos que trataban de escapar por los Balcanes y se negó a prometer a los neutrales –Suiza, España, Turquía, Suecia y Portugal– acoger a los refugiados que pudieran llegar a esos países y encontrar otros sitios para ellos después de la guerra, porque los neutrales no querían judíos en sus territorios. La actitud de los soviéticos todavía se está investigando, pero está claro que la cuestión judía era, cuento mucho, marginal para ellos.
Estos problemas, repito, se pueden traducir en preguntas para debatir en clase. ¿Cómo enseñamos el Holocausto? No soy pedagogo profesional ni experto en didáctica. Pero creo que el Holocausto debe, en principio, enseñarse analíticamente, y por otra parte también debe enseñarse como la historia de las personas que se vieron involucradas en él sin remedio. Un historiador es alguien que cuenta historias reales. Si un docente no usa esta herramienta, no causará ninguna impresión ni ningún efecto. Por otro lado, limitarse a contar historias es contraproducente. Se debe estimular a los alumnos a que investiguen los hechos, las relaciones, los contextos. Creo en la combinación de estrategias educativas. Otro punto importante para considerar es la necesidad de adaptar la enseñanza del Holocausto al contexto social, cultural e histórico de los alumnos. Si se enseña en la República Checa se debe tener en cuenta el destino de los gitanos, que sufrieron un genocidio diferente del Holocausto pero paralelo a él, cuando fueron asesinados casi todos los gitanos checos que vivían en lo que actualmente es la República Checa. Habrá que subrayar el hecho de que Terezín jugó un papel central en el Holocausto en tierras checas y que un gobierno colaboracionista checo con autonomía limitada ayudó a los nazis a implementar sus políticas. Si se enseña en los Países Bajos habrá que enfatizar la colaboración de la administración nacional con el genocidio, y al mismo tiempo describir el rescate de unos 16.000 judíos holandeses por parte de la población local. En ambos casos habrá que subrayar las características de las comunidades judías locales y observar la conducta contrastante de los Judenraete en Terezín y en Ámsterdam. Pero en todos los casos y en todos los países donde enseñe, el docente habrá de presentar el panorama total del Holocausto y no ceñirse a la historia local. El Holocausto no fue un acontecimiento checo, holandés ni polaco; fue un acontecimiento global que sucedió en Europa, en toda Europa y más allá de Europa. Esto requiere adaptaciones pedagógicas, y eso es lo que está haciendo el ITF y lo que le corresponde hacer.
Al final, lo que se enseña son dilemas, dilemas imposibles que nadie debería tener que plantearse. Déjenme darles un ejemplo conocido: en el gueto de lo que hoy es Vilnius en Lituania, había una organización de resistencia llamada FPO, que surgió de una coalición de movimientos juveniles judíos que abarcaban desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. El comandante elegido fue un comunista judío, Itzik Wittenberg. Las razones de la elección fueron, por un lado, que era un muchacho muy popular y carismático, y por el otro, que la única esperanza de ayuda para la resistencia era el Ejército Rojo. Se creía que elegir a un comunista ayudaría a establecer buenas relaciones con los soviéticos. Los alemanes capturaron a un comunista lituano en el lado ario de Vilnius que, al ser torturado, dio el nombre de Wittenberg como miembro del partido y de la resistencia Los alemanes no sabían de la existencia del FPO, pero ahora sabían sobre Wittenberg y exigieron su entrega al líder del gueto, Jacob Gens. Gens, que tenía contactos con el FPO, invitó a sus dirigentes a una reunión en el Judenrat a la medianoche, y una unidad colaboracionista lituana que estaba escondida en el edificio irrumpió en la sala y arrestó a Wittenberg. Cuando iban camino a la puerta del gueto, los lituanos fueron derrotados por miembros del FPO, quienes liberaron a Wittenberg y luego lo ocultaron en una pequeña habitación en el gueto. Los alemanes anunciaron que si Wittenberg no era entregado, asesinarían a los habitantes del gueto. Gens apeló a la población para encontrar a Wittenberg, así sus vidas serían perdonadas, y los judíos del gueto, temiendo por la vida de sus familias, buscaron a los miembros del FPO –en el pequeño gueto, no era muy difícil identificar a los jóvenes que pertenecían al FPO– y los atacaron, los golpearon y les exigieron la rendición de Wittenberg a los alemanes. Los dirigentes del FPO debían decidir si iban a entregar a su comandante o a usar sus armas para luchar contra los judíos desesperados. Finalmente recurrieron a la célula comunista del FPO, formada por dos mujeres jóvenes y un hombre, para que tomaran la decisión. La célula decidió que Wittenberg debía rendirse por su cuenta. Le entregaron una cápsula con cianuro y él caminó con orgullo hasta las puertas del gueto ante la población que lo observaba en silencio. Fue arrestado, y cuando llegó a la prisión, se suicidó. ¿Acaso había una manera de salir de este dilema? ¿Cómo juzgamos a Gens, a la población, a los dirigentes del FPO, todos los cuales, excepto Wittenberg, eran sionistas? ¿Qué decimos sobre los tres miembros de la célula que decidieron el destino de Wittenberg? Dos casos paralelos ocurrieron en Minsk y en un pueblo de Bielorrusia llamado Baranowicze. En Minsk, el Judenrat usó el cadáver de un judío en cuyo bolsillo colocó el documento de identidad del comandante de la resistencia, para engañar a los alemanes y salvar al comandante. En Baranowicze, donde la población actuó de la misma manera que los judíos de Vilnius, el Judenrat sobornó al comandante de policía alemán y consiguió así rescatar al miembro de la resistencia. Tenemos aquí tres casos, tres dilemas. Uno terminó trágicamente, los otros dos menos trágicamente. La intención de los alemanes de asesinar a todos los judíos que pudieran encontrar era la misma ¿Quién tuvo razón? ¿Es posible comparar? Esta es la verdadera historia del Holocausto, y ese es el tipo de historias que deben acompañar su enseñanza.
En la tradición judía, le pidieron al sabio Hilel, unos 200 años antes de la era común, que resumiera todas las enseñanzas de la Torá parado en un solo pie. Su respuesta, ampliamente conocida, fue: “No hagas a los demás lo que no te harías a ti mismo. Esta es toda la Torá , y el resto es comentario. Y ahora”, dijo, “ve y aprende”. Entonces, amigos, vayan y aprendan.
Disertación de Yehuda Bauer en la Conferencia sobre Bienes del Holocausto (Holocaust Era Assets Conference)
Praga, 29 de junio de 2009
Comentários