Parashat “Toldot - Autor: Rabino Elisha Wolfin

Parashat “Toldot”
Autor: Rabino Elisha Wolfin*

Interpretación y comentario
“Y estas son las generaciones”: dos hombres, dos pueblos y todo el mundo.
Mellizos. dos pueblos agitándose en un mismo útero y sólo Dios tiene la solución. La respuesta de Dios a la madre preocupada fue: “Dentro de tu vientre se esconden infinitas opciones. Todo el mundo: Iaacov y Esav. Uno pelirrojo, cazador, hombre de campo, amado de su padre. El segundo, indeciso, morador de tiendas, niño de su madre, que se ayudó del talón de su hermano más fuerte para salir afuera, tanto del útero, como de la tienda”.
De la misma manera que Iaacov y Esav se agitaron en el útero de su madre, también el mundo fue creado dentro del caos para pasar un proceso cuyo principio es el esclarecimiento, la separación y la distinción. Todo existía en una gran mezcla unificada. Dios sólo hizo orden y creó las dicotomías conocidas. Al orden llamó “bueno”; y al mundo ordenado llamó “muy bueno”. Solamente sobre el ser humano no dijo “bueno”, porque el ser humano fue creado a Su imagen y puede amenazar al orden Divino.
Pero, ¿qué busca el ser humano? ¿Por qué se empecina en atravesar los límites, separarse de lo “bueno”? ¿Cuál es la fuente de su codicia de fuerza y poder?
¡El ser humano busca a su Dios! Quiere volver al “Uno” (“Adonai, nuestro Dios, es Uno”), salir de su soledad y volver a casa. Desde que fue creado y depositado en el Jardín del Edén, y desde que fue expulsado y fueron cerrados sus portones delante de él, busca el camino de regreso y no lo encuentra. Quedó con el anhelo, la frustración y la codicia. El ser humano tiene razón en su anhelo de volver al “Uno”. En las profundidades de su alma, él recuerda que en el mundo de Dios no hay separaciones dolorosas, límites, cielo y tierra, macho y hembra, Iaacov y Esav, engaño y peligro, sólo unidad: “¡Adonai, nuestro Dios, es Uno!”
Dijeron nuestros Sabios: “La Torá habló en el lenguaje de los seres humanos”. La Torá enseña y crea para nosotros un camino en un mundo donde no hay camino. Ya en la salida del gran útero, la olla egipcia, Dios seca para sus hijos un sendero de escape definido, en un mar infinito. Cincuenta días después, Él les da el libro guía para la caminata por el gran desierto, donde tampoco hay camino ni sendero. En su larga travesía en el desierto, los hijos de Israel aprenden que Dios, el gran Educador, Ama el orden y Se enoja cuando el ser humano mezcla su mundo. La primera lección que aprende el ser humano es que toda cosa tiene que ser ella misma y no otra cosa. La mezcla de lana y lino y de híbridos, está prohibida; la mujer tiene prohibido vestir ropa de hombre y viceversa; está prohibido cocinar el cabrito en la leche de su madre. Los límites y las definiciones crean el “yo” y el “tú”, crean identidad. Pero también crean soledad y dolor, guerra y sufrimiento.
Iaacov crecerá y abandonará la tienda de su madre, que lo defendió todos estos años, y también sus descendientes serán expulsados sin compasión de la tienda de su Padre Celestial, en un acto traumático de crecimiento. Cuando fue destruido el primer Gran Templo de Jerusalén, la profecía Divina paternal acabó. Y cuando fue destruido el segundo Gran Templo de Jerusalén, también acabó “la voz celestial”, el último vestigio de la orientación paternal directa.
No hay más Padre Celestial que enseña el bien y el mal. Y justamente entonces, ante la ausencia de la verdad Divina celestial determinada, crearon los Sabios el lindo y complicado mecanismo para descubrir la Voluntad Divina: sobre la base de las piedras fundamentales que recibieron del Padre Celestial (la Torá), comenzaron a hablar, no con Él, ¡sino uno con el otro! Nacieron la conversación, el análisis, el estudio compartido, la discusión, y mediante ellos surgió una gama de rostros del Creador: “Éstas y éstas son palabras del Dios Vivo”. Así como de profundo es este dicho ¡así es la fuerza de la revolución que crearon nuestros Sabios!
El orden es importante porque -como en una espiral- nosotros volvemos a él cada vez que nos alejamos demasiado de nosotros mismos. Él nos ayuda a conocer las infinitas partes sueltas que conforman nuestra existencia. Él nos ayudó a crear los límites, con cuya ayuda podremos contener toda la complejidad infinita de nuestro mundo, sin caer en el caos. Lo que empezó con el caos, con mellizos que se agitaron en el vientre de su madre, salió al mundo para pasar un largo y doloroso proceso de composición y definición: quién soy yo, quién eres tú, dónde empiezo yo y dónde acabas tú: un camino de competencia y engaño, expulsión, exilio y noches de soledad y miedo. Y entonces el joven se convirtió en Israel, en un hombre maduro que se conoce a sí mismo, que está en paz consigo mismo, que no quiere ser otra persona y que no quiere ser Dios. Él está dispuesto a encontrar al otro y al diferente de sí mismo, su compañero del vientre unificado, cara a cara.
Sobre el lecho de sufrimiento, Iaacov va a escuchar la voz que quiso escuchar durante toda su vida, y por causa del miedo, la separación y la competencia, no fue capaz de oirla: “Shemá Israel. Escucha Israel, Adonai nuestro Dios, es Uno”. De la unidad viniste, y a la unidad volverás.
*Comunidad “Veahavta”, Zijrón Iaacov.

Editado por el Instituto Schechter de Estudios Judaicos, la Asamblea Rabínica de Israel, el Movimiento Conservador y la Unión Mundial de Sinagogas Conservadoras.
Traducción: rabina Sandra Kochmann

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