Hace un siglo, en el sur de Polonia, judíos religiosos­ortodoxos consolidan una corriente política denominada Agudat Israel, para hacer frente a dos tendencias que ya entonces se perfilan como posibles convocatorias hegemónicas para la juventud judía de Europa. Agudat Israel es ­en aquel histórico momento­ la respuesta a la opción emancipadora propuesta por el sionismo en Basilea en 1897. Pero hay otro eje de confrontación: la Ortodoxia visualiza un grave peligro en la Reforma, movimiento religioso que se inicia en Alemania y se propaga a los Estados Unidos a medida que crece la inmigración judía al “nuevo mundo”. Ortodoxos proponen allí atenerse firmemente a la legislación rabínica tradicional. Reformistas pregonan la modificación de los preceptos acorde con la “Zeitgeist” de su entorno social y cultural. Tanto ortodoxos como reformistas se oponen, en ese entonces, al rumbo nacional, al sionismo. Ambos sectores desarrollan agresivas políticas propagandísticas para detener la influencia del pensamiento sionista –mayoritariamente laico y contestatario­ en el seno de las comunidades judías de América y Europa. Pero el movimiento sionista en su conjunto, ocupado en avanzar en la promoción del retorno del pueblo a Sión, se abstuvo de tomar parte en la puja entre sus adversarios ideológicos. 1 El sionismo sería, en este sentido, como un espectador en el torneo de tenis teológico que durante más de una centuria tuvo como escenario a Europa y – despues del Holocausto­ se juega en otras colectividades occidentales. Craso error, no fue ni es un metafísico partido de tenis: lo que se disputa –por ejemplo, normas de conversión e incorporación a la grey­afecta al conjunto de los judíos, por lo menos de aquellos que permanecen todavía en el circuito institucional. Posiblemente haya sido un error irreparable: el movimiento sionista no reclamó una autocrítica de ortodoxos desde su reunión Katowice ni de reformistas en América del Norte por aquella acérrima oposición a la propuesta de liberación nacional. El movimiento sionista, tal vez por espíritu conciliador y para cicatrizar heridas, no presentó, al terminar la Segunda Guerra Mundial, exigencias de replanteo a sus contendientes reformistas y ortodoxos que llamaron a desoirlo cuando advertía –antes del Holocaustosobre los riesgos del antisemitismo y la debilidad concreta de la plataforma religiosa para asegurar la existencia del colectivo judío en el exilio. El sionismo, en sus diversas corrientes, en definitiva, tampoco percibió que algún día, muy lejos de la ciudad polaca de Katowice, se formalizaría una alianza entre antípodas, entre reformistas y ortodoxos. Esta falta de percepción es algo más que una pérdida de reflejos políticos: obliga a una seria autocrítica y a un replanteo de la visión y la misión del sionismo contemporáneo. 2 Posiblemente el movimiento sionista no supo confrontar con sus opositores pero ya no puede eludir enfrentarse consigo mismo: ahora, su acción política ha de ser primordialmente, de introspección. Buenos Aires, 4 de Junio de 2008

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